Yo acuso



Recorro estos días las tierras de Alsacia, y en su historia, que como la de tantos otros territorios europeos se ha escrito a golpe de batallas, anexiones y desgarros, encuentro entremezclado un nombre, el de un ingeniero que nació en Mulhouse, rico, judío, que se consideraba francés y que como tal quiso hacer carrera en el Ejército de su país.

Alfred Dreyfus, así se llamaba, fue acusado de espionaje, y este ardid, que luego se demostró falso, dividió de nuevo Francia.

A ello se unió Zola, que con su incendiaria carta abierta al presidente, J’accuse, no solo denunciaba las irregularidades del caso, sino que se exponía a ser juzgado por calumnia; conocía la ley de prensa, sabía hasta qué punto su artículo, largo y agresivo, dañaba su imagen y usaba el periodismo como arma de manera inédita y se imaginaba el rechazo que despertaría.

Fue así. Fue exiliado. Intentaron destruirle. Arrojaron severas dudas sobre la honorabilidad de su padre. También supuso que muchos intelectuales franceses despertaran de su letargo, e incluso que se inventara (lo hicieron los antidreyfusistas) el término intelectual. Vuelvo la mirada a España, y todo lo dicho resuena de tal forma que la tentación sería añadir que poco hemos cambiado; lo cierto es que los gestos drásticos y la utilización de la prensa, los términos melodramáticos y la certeza de encontrarse en el bando correcto han cambiado poco. Es decir, aquello que resultaba sencillo copiar se ha reproducido y ampliado. Hemos contado con 125 años para ello.

Lejos de mí el pedirle a ningún escritor, a ningún pensador, que se involucre en política: también para eso hemos tenido siglo y pico de escarmiento. Que cada declaración al respecto realizada por un artista, músico o escritor sea exculpatoria o realizada en provecho propio, con la prensa adecuada. Que las entrevistas a los autores más relevantes del momento, los que despiertan pasiones entre adolescentes y adultos, no sean sino una versión extendida de la contraportada del propio libro, una chequera en blanco extendida a la postverdad.

Que la evasión, histórica, fantástica, romántica y (no todo van a ser esdrújulas) criminal sea la respuesta a este momento de guerras, anexiones y desgarros no deja de ser una derrota de quienes crean y piensan. O, más bien, una deserción.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *