Verdad militante contra mentiras recurrentes



“La verdad tiene un tono. Nuestro deber es encontrarlo”, escribió hace 90 años el dramaturgo alemán Bertolt Brecht. Lo mismo puede decirse de la mentira y su gran variante: la desinformación. Sus promotores lo saben y la han practicado a lo largo de la historia.

Cuando Brecht publicó el ensayo “Las cinco dificultades para decir la verdad”, del que procede la frase, el fascismo y el nazismo ascendían en Europa. Sus riesgos evidentes pronto derivaron en certezas y tragedias; la más perversa, el Holocausto. Y si algo contribuyó a que el oscurantismo totalitario rompiera barreras culturales e institucionales, fue la mezcla de dos grandes factores. La crisis política, económica y social que aquejaba a varios países, en particular Alemania, creó las condiciones. Pero lo que finalmente permitió a un grupo de fanáticos dominar el poder, fue el uso sistemático de la mentira en todas sus formas, desde las falsedades puntuales hasta la construcción de relatos conspirativos para cargar de culpas a unos y liberar de responsabilidades humanas a otros. Con ellos construyeron su maquinaria de destrucción.

A los demócratas de entonces les sobraban verdades. Sin embargo, no lograron articular el tono, modelos, instrumentos y estrategias para impulsarlas. Frente a la linealidad jerárquica y falta de escrúpulos de los falsarios, el rigor ético, la dispersión y los conflictos internos jugaron contra quienes enarbolaban la verdad. Las condiciones de hoy, exacerbadas por el potencial de las redes sociales, acentúan esta disparidad. De ahí la urgencia de desarrollar una militancia estratégica a favor de la verdad.

Las recetas mágicas no existen. Brecht, además del tono, mencionó dos elementos clave: 1) la verdad no “puede ser simplemente escrita; hay que escribirla a alguien” y 2) “debe ser dicha con astucia y comprendida del mismo modo”.

Argumentos claros, estilo atractivo, datos precisos y referentes que conecten con las sensibilidades, urgencias y aspiraciones de la gente son líneas de acción que se derivan de sus reflexiones. Añado otra, entre muchas más: no dejar vacíos que la mentira llene.

Cuando la desinformación se instaura como principio operativo central de un gobierno, con mayor razón hay que convertir la verdad activa en instrumento eficaz de la democracia. El deber es colectivo.

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Eduardo Ulibarri es periodista y analista.

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