Unos rounds por Pompeya y Las Vegas


Por cierta nostalgia que se percibe en los escenarios, los personajes y los momentos históricos, el narrador y periodista Horacio Convertini habla de La exactitud del dolor como una “novela retro”. “Me gusta que sea así”, revela a Ñ, quien deliberadamente ha publicado en pleno 2024 una novela negra con un boxeador en decadencia como protagonista. Una madrugada lluviosa de octubre de 1996, Juan Rayo agoniza de un balazo en un paraje desolado.

En medio de la congoja y el dolor, el hombre de 35 años recapitula los momentos clave de su vida que lo llevaron a esa situación: la infancia, el amor de su vida, los entrenamientos, los días de gloria en Las Vegas cuando reconocía los billetes de cien dólares con los ojos cerrados “apenas por el olor”, la traición, las derrotas, la ruina, la pensión, el regreso a su pago de nacimiento, el deseo de volver a ser, empezar todo de nuevo con la frente marchita. En definitiva, aclara el autor, la historia “trae tópicos que ya no están en el siglo XXI y me gusta que ya no estén”.

Con la imagen de un Rayo moribundo como inicio prometedor, la novela alterna capítulos con la voz del boxeador y la de Amílcar Zafe, su entrenador, apodado “Rengo” por un problema de cadera con destino de quirófano. Rayo, ex campeón peso mediano, regresa al club Glorias de Pompeya a ver si puede recomponer la relación con su viejo coach al que traicionó en una velada boxística en Colombia cuando cambió de mánager y, por lo tanto, de planes en su carrera. Huraño y hosco, el viejo Zafe sigue allí.

Los dos necesitan plata, de modo que Rayo acepta hacer una exhibición por el centenario de su Villa Luppi natal, a pedido de un antiguo amigo devenido funcionario público –y como tal, sospechoso de corruptelas varias– y casado ni más ni menos que con la novia de juventud del ex púgil (y naturalmente el gran amor de su vida). La condición es que el combate contra un gigantón de pocas luces dure diez rounds.

Toda la novela evoca el mundo del boxeo con menciones aquí y allá: el entrenador se llama Amílcar, como Brusa, el histórico coach de Carlos Monzón; de origen humilde, Juan Rayo es peso mediano, también como Monzón; el apellido del protagonista coincide con el del púgil Luis Rayo, aquel que perdió con Justo Suárez, el Torito de Mataderos, cuyos últimos días retrata Julio Cortázar en el cuento “Torito”; y el vasco Urtain, que se suicidó arrojándose de un décimo piso, fue una gloria del deporte en España.

Como toda ficción, esta novela también tiene su biografía: empezó en 2002 como un guión de cine para una película que se llamaría “Diez rounds” y que en su momento no pasó de un anillado de 95 páginas. El borrador quedó por ahí, arrumbado en algún cajón de la casa de Convertini. Años pasaron antes de que decidiera recuperar aquellas hojas y darle otra forma a esa idea, ya no como audiovisual sino como novela.

De aquel guión, sin embargo, sólo ha quedado la parábola del boxeador que regresa a su pueblo. Lo demás cambió, un poco porque aparecieron nuevas inquietudes, otro poco por la intervención de dos escritores amigos a quienes está dedicado el libro: Pablo Ramos y Kike Ferrari. Ramos es para Convertini algo así como su “maestro literario” o, por usar una referencia del relato en cuestión, su “Rengo Zafe”, el entrenador de boxeo y segunda voz protagonista.

Ferrari, en tanto, “sabe mucho de boxeo”, devela Convertini. Ese deporte los encontró en algún pasaje de sus vidas escribiendo artículos antagónicos para una revista. Horacio le pidió a Kike una devolución de su escrito, la tercera de las versiones que antes había examinado Ramos. Y Ferrari leyó, subrayó, opinó y devolvió. Se ve que la historia algo tenía porque había sido finalista del certamen literario Ciudad de Barbastro, en España: “Tenía algo bueno porque llegó a la instancia final y tenía algo para trabajar porque no había ganado”, sintetiza. “La novela negra –agrega– se nutre del perdedor, del personaje en el lugar incorrecto que tiene un deseo que lo supera”.

La exactitud del dolor se inscribe en esa tradición de relatos de boxeo que grandes literatos argentinos no han esquivado para sus cuentos o novelas, entre ellos, Julio Cortázar (“Torito”), Abelardo Castillo (“Negro Ortega”), Osvaldo Soriano (“Cuarteles de invierno”), Bernardo Kordon (“Kid Ñandubay”) y Martín Kohan (“Segundos afuera”).

Horacio Convertini habla también de un regreso literario que le es propio: escenarios de Pompeya, donde creció, “un barrio con mucho box”, dirá. De chico, fue espectador cada viernes de los mil y un combates pugilísticos en el club Unidos de Pompeya, observó con minucia entrenadores y pupilos, se subió clandestinamente al ring para hacer como que boxeaba. No boxeó. Pero halló en ese deporte una épica y una mitología atractiva, una materia prima rica para explorar en ficciones.

Si bien en la actualidad es editor general de Viva, la revista dominical de Clarín, tal vez sea por su paso como editor jefe de la sección “Policiales” del diario que recurre con frecuencia al género negro para sus creaciones. Mal no le ha ido: recibió los premios Internacional de Novela Negra y Policial Azabache, en 2012, y el Memorial Silverio Cañadas, en 2013, que se entrega en la Semana Negra de Gijón a la mejor ópera prima, por La soledad del mal. Como guionista, acaba de estrenar la serie Lo que sea, cuando sea en Star+ y está a la espera de la segunda temporada.

La exactitud del dolor, Horacio Convertini. Ediciones Urano, 192 págs.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *