Un soberano referendo | La Nación


Convocados de emergencia, los cortesanos se aglomeraron en el salón principal del palacio con cierto desasosiego para escuchar los anuncios de su graciosa majestad.

Un murmullo recorría todos los rincones del recinto en medio de la espera. De todos eran conocidos los berrinches del supremo líder cuando no eran complacidas sus ocurrencias.

También eran vox populi sus frecuentes amenazas de dinamitar puentes y condenar al potro de tortura a todo aquel que osara cuestionar sus controvertidos métodos de ejercer el poder.

Sin embargo, en la corte se comentaba que un nuevo asunto mantenía en pena al hidalgo señor: de todos los rincones del reino llegaba el eco de los reclamos por sus promesas incumplidas.

Al ascender al trono, su intrépida alteza había jurado al pueblo conducirlo por la ruta del progreso, pero al cabo del tiempo sus floridas palabras se convirtieron en insípida retórica.

Los súbditos ya no le reían sus gracias como antes ni le aplaudían sus desplantes como en los primeros días. Ahora, demandaban verdaderas soluciones y menos excusas de plaza pública.

Tiempo atrás, cuando la crítica comenzó a propagarse por la comarca, el candil de sabiduría había ideado la estrategia de fabricar escándalos y armar shows para mantener a la plebe distraída.

Sin embargo, la fórmula mágica tenía fecha de caducidad. Por eso, reunido con los consejeros reales y su hada madrina, el iluminado soberano tuvo que fraguar un nuevo plan.

“¡Haremos un referendo!”, anunció a sus cortesanos. “¿Y para qué?”, le preguntaron incrédulos. “Para despistar, para dividir, para confundir, para poner un tema polémico en la mesa de todos”, les respondió complacido.

Acto seguido, pidió sugerencias para la consulta. “¿Qué les parece si preguntamos a la gente si quiere que los lunes se sigan llamando lunes?”, dijo uno. “Yo digo que consultemos a qué hora debe salir el sol”, propuso otro.

“A mí me parece de trascendental importancia saber si el pueblo prefiere el vino dulce o el vino amargo”, sugirió alguien. “Yo creo que debemos interrogarlos sobre si fue primero la gallina o el huevo”, se escuchó decir.

Conforme más disparatadas fueran las propuestas, más entusiasmado estaba el excelso rey con su estratagema. Total, no importaba el asunto del soberano referendo, sino la cortina de humo.

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El autor es jefe de información de La Nación.

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