Un arcoíris para el cerebro


Escribo en el tren después de participar en un evento para promover el lenguaje inclusivo. En él participaban varias empresas, algunas cotizadas en el Ibex, que se mostraban orgullosas de sus avances en materia de diversidad. Magnífico, pero la tarea no termina ahí. El lenguaje crea realidades que empiezan a tomar forma en nuestro propio cerebro, así que la pregunta sería ¿cuánto de inclusiva y diversa es nuestra mente?


Grupo de amigas en la playa

Esta mañana, el taxista que me llevaba a la estación aireaba su mal humor porque la celebración del Orgullo colapsa más aún una ciudad con un tráfico caótico. ”Es una reivindicación festiva del colectivo que sucede solo una vez al año”, he aclarado. Su mirada por el retrovisor me ha enmudecido. Lo natural habría sido juzgarle sin piedad, desdeñando que aquello que decimos nace casi siempre de forma automática y es el reflejo de creencias y prejuicios obsoletos. El subconsciente necesita renovarse para entrenar al consciente y mantenerlo en forma.

El subconsciente necesita renovarse para entrenar al consciente y mantenerlo en forma.

Con frecuencia, las personas me preguntan cómo pueden cambiar, ya no solo el lenguaje, sino actitudes y comportamientos que no les sirven, pero de los que cuesta desembarazarse. Tengo una fórmula que, sin ser perfecta, sí es eficaz: consciencia respecto de lo que deseamos modificar, voluntad para lograrlo y constancia en el entrenamiento de esa nueva conducta; ojo, la motivación no resulta suficiente y la resolución de cambiar, tampoco. 

Un buen ejemplo de la eficacia de la ecuación es Joan MacDonald: empezó a practicar ejercicio a los 70 años para reducir su hipertensión, el colesterol, la artritis y un sinfín de dolencias que asimilamos a la edad con desoladora naturalidad. Han transcurrido siete años y Joan ha sido portada de revistas, entre ellas Women´s Health, tiene millones de seguidores en redes y ha escrito un libro para demostrar que envejecer no significa dejar de moverse, pero no hubiera logrado nada si no hubiese sumado a la consciencia de lo que quería cambiar, voluntad y determinación por hacerlo.

Entrenar el cerebro se parece a entrenar nuestro cuerpo. Ambos se pueden modelar a nuestro antojo. ”¿Acaso crees que eres tu propia mente? Tú eres quien observa detrás de tus pensamientos”, comento cuando alguien se confiesa incapaz de cambiar, lo que incluye dejar de contemplar una bandera arcoíris como un trozo de tela y ver en ella la voz de quienes han estado silenciados y silenciadas. No conozco a nadie capaz de combatir la flacidez con la determinación de Joan, pero sí sé de quienes han reconducido su forma de concebir el mundo a través del lenguaje. 

¿Acaso crees que eres tu propia mente? Tú eres quien observa detrás de tus pensamientos.

Joan MacDonald
Joan MacDonald
Teresa Viejo

Pienso en ese amigo que acaricia la piedra que guarda en el bolsillo cada vez que su mente le dice que no puede alcanzar algo, y con ello acalla al pepito grillo que le boicotea; y otro, que nunca ha gastado anillos, ahora luce uno en su anular para recordar que la escucha activa facilita conectar de forma auténtica con los demás. El peso extra, en el cuerpo y en la mente, nos impide dejar paso a nuevos aprendizajes y experiencias. Las creencias, prejuicios, presunciones o clichés son un equipaje sobrante del que debemos liberarnos para avanzar ligeras, lo que requiere idéntica constancia que un abdomen plano.

Por eso me pregunto, ¿no habrá algo capaz de entrenar a nuestro cerebro y reducir la erosión en él del tiempo? Mi pregunta es retórica. Lo hay. Se llama curiosidad.

¿No habrá algo capaz de entrenar a nuestro cerebro y reducir la erosión en él del tiempo?


Manicura roja

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