De Troyes hasta Troyes, los 199 kilómetros de la novena etapa del Tour aderezados con 14 caminos blancos —el temido sterrato porque al contrario que en la Strade Bianche italiana, en Francia los senderos de tierra acumulan piedras sueltas antes que arenilla— no decepcionaron a nadie. Trazados estrechos e irregulares de polvareda inmediata y quemazón en las piernas, repechos, incordios, también espectáculo para el aficionado como tortura para los ciclistas, jornada señalada por todos los favoritos para no perder el Tour antes de tiempo. Hubo de todo y más, pero el triunfo se lo llevó Anthony Turgis (TotalEnergies), que se metió en la fuga adecuada, que aguantó, junto a otros siete jabatos, hasta el final y que esprintó para alzar los brazos.
Se sabía que los repechos y los caminos pedregosos facilitarían que una escapada llegara a buen puerto, por lo que de buen inicio se sucedieron los ataques, ninguneados casi todos hasta que 10 ciclistas rompieron al pelotón, entre ellos Oier Lazkano y Javier Romo (Movistar), ofensiva que fue definitiva y llegó a meta. Aceptó la serpiente de color la escisión hasta que se llegó al sector de Baroville, alzamiento del telón porque obligó a muchos corredores echar el pie a tierra por la dificultad del trazado. Tiró con denuedo el equipo Visma y se resintieron Roglic y Ayuso, que se quedaron cortados hasta que el esloveno, poderoso, orgulloso, lideró al grupo para dar caza al ímpetu de los amarillos. Ese fue la introducción. Porque en el nudo siguió la fiesta, ahora con un pinchazo de Vingegaard que le hizo cambiar la bicicleta con su compañero Tratnik para no perder comba, para seguir el ritmo que imprimían, pillos ellos, los UAE, toda vez que sabían que no es lo mismo correr con una máquina calibrada a tu medida que a la de otro. Así, el grupo quedó reducido y hacer un cambio al galope, aceptar detenerse para que su equipo le diera otra de sus bicis, podría dejarle descolgado. En esas, Pogacar saltó para dar un estirón, para jugar un poco, quizá también para decir que le sobran fuerzas y que tanto le da que la carretera se empine o que tenga caminos de tierra, que por algo ha vencido en dos ocasiones en la Strade Bianche (2022 y 2024). Fue, en cualquier caso, un sustito.
Lo de Evenepoel, sin embargo, fue algo más. Faltaban 78 kilómetros y en un nuevo camino blanco se levantó sobre la bici y arrancó con fiereza, un sprint sostenido que dejó a todos boquiabiertos. Incluso a Pogacar, que no le siguió de inicio, pero que sí se esmeró en cerrar la brecha poco después, seguido por Vingegaard. ¿Relevos?, preguntó Evenepoel cuando le atraparon, viendo que estaban los tres, que la ocasión invitaba a cerrar el Tour a tres bandas, una auténtica pelea de gallos. Aceptó el esloveno y se negó Vingegaard, condicionado por la bici o molesto por lo ocurrido durante la jornada, por lo que cuando dieron caza a los escapados, los tres echaron el freno.
Tierra de origen calcáreo, rodeada de viñedos, siguió la lucha entre los bulevares pedregosos, al punto que Evenepoel casi pone el pie a tierra en otro de los tramos y le costó lo suyo enlazar de nuevo con el grupo. Pero ahí pareció firmarse el tratado de paz, al punto de que permitieron que los que querían la etapa se marcaran su ataque, caso de Grimay —maillot verde con dos triunfos en la edición— o de Van der Poel, uno de los favoritos para alzar los brazos al cruzar la bandera a cuadros, con permiso de Pidcock (estaba en la fuga buena), ambos corredores en invierno de ciclocross. Pero la tregua era ficticia porque restaba por contar el desenlace.
Resulta que Pogacar, campeón él, peleón y disfrutón, siempre una oda al ciclismo, generoso como ninguno, adalid del espectáculo, atacó a falta de 22 kilómetros en el penúltimo tramo de sterrato, una arrancada furibunda que descolgó a todos menos a Jorgenson y a Vingegaard, aliviado por ir a rebufo de su compañero. ¿Relevos?, pidió el maillot amarillo. Nanay de la China replicaron los Visma, con la lengua fuera. Y se volvió a compactar el grupeto. Hasta, claro, que se dio el último tramo pedregoso, cuando Pogacar volvió a probarlo, aunque ya sin la misma fuerza ni determinación. Así que le tocaba al grupo de escapados los que, al fin, tras tirar y tirar, tras aguantar una kilometrada sideral, se probaron las fuerzas. Lo intentó Lutsenko, se resistió Aranburu y lo logró Stuyven 15 kilómetros de él contra el mundo, de él contra siete perseguidores. Se quedó con las ganas, absorbido a falta de un kilómetro. Y ahí el más fuerte fue Anthony Turgis.
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