Trump perdió el juicio al comprar silencio


EDITORIAL

Trump perdió el juicio al comprar silencio

Trump compró el silencio de dicha actriz, que pensaba lucrar con su revelación.

El veredicto de culpabilidad contra el expresidente de Estados Unidos  y actual precandidato republicano para un segundo término en la Casa Blanca,   Donald Trump, es solo un costo adicional a una deliberada acción ilegal. Pero existe otro costo, el principal e impagable, desde una perspectiva ética: privar al electorado estadounidense en 2016  de información clave para  su decisión en las urnas y he ahí el delito electoral. Sí, cada ciudadano, de cualquier país democrático, puede votar por quien quiera, simpatice, le agrade o  le atraiga con su propuesta programática o  las emociones que le suscite su discurso y propaganda en un entorno  dominado por neuromercadeos, metamensajes y hartazgo de la política tradicional.

Pero al ser, durante la campaña 2016 —y también ahora—, el mensaje de conservatismo uno de los principales bastiones argumentativos  de Trump, resultaba  incómodo y desgastante el inminente destape de la relación íntima fugaz que tuvo con una actriz de cine pornográfico cuando él ya estaba casado con su actual cónyuge. Las figuras públicas ya no tienen vida privada por decisión propia, al menos en relación a todo aquello que afirman creer y valorar. 

Literalmente, por medio de un abogado —después devenido en incómodo testigo de la fiscalía de Nueva York—, Trump compró el silencio de dicha actriz, que pensaba lucrar con su revelación. Comprar los derechos de su historia no era ilegal, pero, como dijo el compatriota Ricardo Arjona en una canción, “el problema no es el daño, el problema son las huellas”. Y el  problema fue que aquel desembolso de US$130 mil  por el silencio de la exconcubina  no fue reportado como un gasto de campaña, sino disfrazado en otros conceptos, pese a que el destino era proteger, mantener o favorecer su imagen política.

El magnate y expresidente Trump, que todo el tiempo —y ahora más que antes— vilipendia a los migrantes, sobre todo a los hispanos, llamándolos delincuentes, felones y violadores de la ley, también violó la ley, o más bien varias, por lo cual fue declarado culpable de 34 cargos. La sentencia a purgar está pendiente; las apelaciones, que podrían llevar años, y su mediático juicio han agitado pasiones en ambos sentidos. Su aspiración presidencial es ahora mucho más fuerte para sus más fervientes admiradores, y más débil que nunca para sus detractores.

El hubiera no existe. Pero quizá si Donald Trump no hubiera tenido tanto temor de perder apoyos en 2016, igual habría pagado el silencio y lo hubiera reportado como gasto de campaña. El tema habría salido a luz y le habría dado publicidad gratuita —a menudo se dice que  en política  no hay publicidad mala—  y no tendría hoy el ingrato hito de pasar a la historia  como el primer presidente de los EE. UU. hallado culpable en juicio. Siempre insistió en que declararía su inocencia ante el juez, pero al final se abstuvo: un silencio que quizá también pesó en el veredicto.

Los fanes trumpistas  afirman que este 30 de mayo de 2024 Trump no perdió el juicio, sino que “ganó” una elección. En fin, lo cierto es que el expresidente elige condenar   el veredicto y calificarlo de politizado, de cacería de brujas, de intento de vedar sus derechos, aunque igual podrá participar como candidato. Solo hace falta ver cómo el partido Republicano aborda el tema para seguirlo apoyando y reforzar así su crisis de liderazgos, que también es el gran  desafío del lado demócrata. A la larga, el problema no es Trump, es el criterio coherente del ciudadano acerca de quién quiere que lo represente. A menos  que  la vesania electorera también le haga perder el juicio.



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