Este 1.° de mayo terminó, luego de 30 años, la larga gestión de don Johnny Araya al frente de la Municipalidad de San José. La pregunta pura y dura es: ¿Está mejor la ciudad hoy que tres décadas atrás cuando, como joven político, entró al cargo con la promesa de regenerarla y modernizarla? Pensemos que, en ese período, la sociedad costarricense experimentó grandes transformaciones que la hicieron más cosmopolita, urbana y conectada con el resto del mundo. Y que el cantón de San José genera alrededor de una sexta parte de la producción nacional. Es decir, había vientos de cola favorables para, si no cumplir la promesa enteramente, al menos encaminarla.
La respuesta, pura y dura también, es que no. San José es una ciudad atrapada por el abandono y la suciedad, con enormes distancias entre las postergadas barriadas de Hatillo, Pavas, Sagrada Familia, Cristo Rey o La Carpio, y, por otro lado, el enclave chic de Rohrmoser, en cuyo desarrollo, por cierto, tampoco la Muni tuvo un papel preponderante sino el sector inmobiliario. Las cuencas de los ríos siguieron siendo botaderos a cielo abierto y no hubo capacidad para apoyar iniciativas de regeneración ambiental urbana. Contamos con un centro de ciudad que compite por el galardón de ser de los más feos de capital alguna en las Américas, poblado por edificios y parqueos abandonados.
Las cosas nunca son en blanco y negro, por supuesto. Bajo su gestión se concretaron bulevares, parques, ferias artísticas y otras iniciativas aquí o allá, como la atención de indigentes, pero en el gran balance de las cosas, los resultados positivos fueron pocos e insuficientes. La prueba de su gestión se encuentra en la ciudad misma, la que vemos y sufrimos todos los días, y esa prueba no es favorable para el alcalde saliente. Y, para rematar, el gran proyecto de la ciudad tecnológica está hoy enredado en pleitos judiciales.
¿Tenía don Johnny el poder para, por sí mismo, cambiar las tendencias urbanas generales? Evidentemente no: en la ciudad de San José, por ejemplo, el MOPT ha contribuido a la acongojante situación con sus resistencias a modernizar el transporte público. Una municipalidad es un actor más, cierto, pero esa era, desde un inicio, la regla del juego y no una sorpresa que pueda alegarse como justificante. Así las cosas, otras preguntas relevantes son: ¿Por qué no lo logró? ¿Aprenderá la nueva gestión de los errores?
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El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.