Síntomas de enfermedades planetarias | La Nación


Cualquiera que tenga o haya tenido algún problema o padecimiento cardíaco sabe para qué sirven un antiagregante plaquetario, la neprilisina y la trimetazidina.

Estas pastillitas nos mantienen vivos a quienes, por haber abusado de la vida, estamos pagando la factura; a los que nos defendemos contra la venganza de la vida, contra el karma, contra el fatídico e inexorable costo de tratar la única enfermedad incurable: la muerte.

Las medicinas que uno toma chismorrean a los cuatro vientos cuáles son nuestros padecimientos, y lo contrario también es cierto. Conociendo los síntomas de las dolencias, el médico sabe qué recetar.

Lo mismo pasa en el mundo; el planeta también es un organismo que muestra síntomas de enfermedades graves y también toma medicinas que tal vez solo alivian unos pocos de sus males.

Israel es un cuerpo extraño enclavado dentro de un organismo que lo ataca, que lo acosa, que quiere su aniquilación, así como las células T tratan de eliminar la bacteria que causa la enfermedad.

Pero las bacterias se defienden y luchan por su existencia, causan fiebre y dolor. La defensa contra el específico virus de Hamás, sin embargo, no es excusa para la crisis humanitaria de los gazatíes, así como tampoco es una justificación válida para que el entorno trate de erradicar a la totalidad de los israelíes.

Irán es, por su parte, un agente transmisor de la peor de las enfermedades, de una que pretende aniquilar el resto del cuerpo, que pretende que el mundo entero sea igual, que piense igual, que crea en las mismas cosas, que profesen el santo suicidio en nombre de Alá, o que no dejen a las mujeres ser libres.

Estamos en presencia de un mundo enfermo, cuyos síntomas presagian una muerte segura si no se tratan a tiempo y adecuadamente. La muerte siempre es segura, no hay escape; no obstante, en el caso de la humanidad, sería injusta la extinción a consecuencia de las intolerancias religiosas o de posiciones pseudogeopolíticas que la mayoría de aquellos que estamos lejos del conflicto no entendemos y probablemente nunca lleguemos a comprender.

¿Cuál es el médico que posee la receta para salvar a este enfermo moribundo? ¿Cuáles son las pastillas que podrán mantenerlo vivo? Suficientes amenazas se ciernen sobre nosotros y el planeta como tal para tener además que desvelarnos por un posible apocalipsis en el sur de Galilea o en lejanas tierras, más allá de las montañas de los Zagros.

A nuestro cuerpo y al mundo los amenazan la sed global, la hambruna extendida, la intolerancia, la discriminación, sobre todo el racismo, la guerra total termonuclear, errantes asteroides no identificados, dictadores paranoicos.

Más cerca, en el terruño, nuestros jóvenes están en el monte aprendiendo a matar en lugar de estar en las escuelas aprendiendo ciencias y humanidades.

Se nos caen nuestra seguridad social, nuestro sistema educativo, nuestras calles y hasta los puentes. De la seguridad pública ni que decir.

La noticia es que un equipo de cineastas viene a filmar una serie de televisión en Guanacaste, y para sentirse seguros deben traer exmilitares para su protección. La muerte de nuestro sistema, de nuestro país, avanza inexorablemente desde dentro, desde sus entrañas, como si fuera una enfermedad viral incurable.

¿No tenemos ya más que suficientes enfermedades que curar como para estar temiendo que, por unos que no se toleran, desaparezcamos de la faz todos los demás? Evitemos el infarto global.

Debemos sanar al mundo, dar una nueva oportunidad a la paz, recetarle la dosis de antiagregante plaquetario, neprilisina y trimetazidina que requiere la humanidad. El enfermo es capaz de convivir con su enfermedad si la dosis del medicamento es la adecuada.

El único médico con el poder de curar, o por lo menos aliviar los dolores del mundo, somos quienes nos decimos llamar humanidad. Hombres y mujeres por igual debemos poner algo, dar algo, pero sobre todo ceder mucho y tolerar aún más.

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El autor es geólogo, consultor privado en hidrogeología y geotecnia desde hace 40 años. Ha publicado artículos en la Revista Geológica de América Central y en la del Instituto Panamericano de Geografía e Historia (IPGH).

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