Sentimiento de culpa | La Nación


La formación de la conciencia moral está sometida a un proceso tan largo como la vida misma, y es, además, una tarea que corresponde a padres, familia, escuela, sociedad y, por supuesto, a cada persona.

No obstante, es fácilmente identificable que varios de esos agentes sociales en lugar de ayudar impiden, por conveniencia y a través de la manipulación, a jóvenes y niños el despertar de la moral social.

La conciencia moral surge del análisis de la conducta en referencia a una determinada norma de perfección, norma que viene dada por el conjunto de valores que posee una persona y le fueron transmitidos e impuestos por los agentes sociales.

Sobre esto, y en términos generales, se entiende que la culpa expresa la imposibilidad de conciliar la moral social con las acciones y las pulsiones (deseos) que pugnan por satisfacerse.

Ahora bien, es necesario diferenciar la idea cristiana de culpa, atada a la divulgación moderna de moral, de la noción de responsabilidad, enlazada al concepto griego de ética.

Dicho de otra manera, la conciencia moral se relaciona con lo universal, el deber ser, lo ideal, lo genérico, la moral pensada, lo racional, lo teórico, lo religioso-teológico, lo externo y las normas; la responsabilidad ética, por su parte, se cimenta en lo particular, el ser, lo real, la moral vivida, lo práctico, lo filosófico-civil, lo interno y las convicciones.

En esta dirección, el sentimiento de culpa, originado en la tradición judeocristiana, es generador de los roles de víctima y victimario, fácilmente reconocibles en el capitalismo moderno, y que, a su vez, impiden la constitución del circuito de responsabilidad que debería atravesar a cada individuo.

El escenario en donde los individuos sienten la tentación de considerarse víctimas, un estatus que no carece de ambivalencias, puesto que dicha posición se percibe como un renunciamiento a la dignidad y la capacidad de acción propias, produce ciudadanos que se niegan a ser dueños de sus acciones.

Por otra parte, es bien conocida la afirmación paradójica planteada por Freud a raíz del autorreproche y autocastigo del individuo moderno: “La culpa es una voz que se caracteriza por ser muda”.

La asunción de una culpa muda haría referencia a la interiorización de un mecanismo de masoquismo, en el cual el individuo no cesa de mortificarse por las acciones y fantasías que, según su propia interpretación inconsciente, le hacen merecedor de castigo.

Asimismo, el sentimiento de culpa inconsciente puede rastrearse hasta el síndrome del éxito, ya que, así como hay quienes enferman a causa de la frustración en la vida real, los hay que enferman a raíz de sus logros, señalados como “los que fracasan cuando triunfan”.

Lo anterior explicaría el fenómeno clínico padecido por aquellos que se deprimen después de alcanzar un logro largamente anhelado.

Bajo esta perspectiva, el sentimiento de culpa excesivo o inapropiado, según la realidad objetiva de la situación, se ha vinculado con el trastorno depresivo y con el trastorno obsesivo-compulsivo de la personalidad. Este último caracterizado por un alto grado de exigencia y perfeccionismo.

En estos padecimientos, los sentimientos de culpa e indignidad son hondamente intensos y se vinculan, en su mayoría, a incidentes triviales o culpas leves del pasado y que, por efecto de las ideas delirantes propias de estos síndromes, son experimentados de manera destructiva y le impiden al sujeto sentir alegría y enorgullecimiento por sus logros y acciones.

La otra cara de la moneda muestra la inexistencia de sentimientos de culpa en personas con trastorno antisocial de la personalidad, aquellos con psicopatías y personalidades paranoides. En los casos anteriores, no se experimenta compasión ni arrepentimiento por el daño causado a otras personas.

Está claro que la culpa por exceso o por defecto desemboca en desprecio, en el primer caso hacia sí mismo y, en el segundo, hacia los otros.

Sabemos también que del sentimiento de culpa nadie escapa; sin embargo, no es justificación para renunciar al imperativo ético de buscar el mayor bienestar posible y de ser justos en un mundo injusto.

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La autora es psicóloga y psicoanalista.

El sentimiento de culpa inconsciente puede rastrearse  hasta el síndrome del éxito.

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