Querido Fabrizio | Fútbol | Deportes



Espero que estas líneas te encuentren bien. Te escribo desde París, la etapa en Roma ha terminado. La rentrée francesa, no creas, tiene muchas cosas buenas: las novedades literarias, los anuncios cinematográficos, las refriegas políticas desde sus universidades de verano… Es septiembre y tú estarás ya de vacaciones, pero en esta ciudad todo transcurre a estas alturas del año en un clima más templado que en Roma o en tu Nápoles. Vamos a echar algunas cosas de menos, también el monumental desfile de cromos de fútbol en verano. Porque aquí solo hay dos mercados: el del PSG, que se lo compra todo, y el de las pulgas, los domingos en Saint-Ouen, donde acude el resto de equipos después de arrasar el mercado africano.

Hace poco soñé que le escribía una carta así a Fabrizio Romano, indiscutido gurú de los fichajes. Sí, sabemos que, de alguna manera, forma parte de la industria y que la mayoría de veces cuenta lo que se quiere hacer saber. Pero este napolitano de 31 años, cuyos anuncios van siempre a misa, es hoy el oráculo de Delfos del calciomercato. Una materia tan decisiva para los equipos y adictiva para los aficionados que, en ocasiones, la temporada se convierte en ese relleno que las federaciones se empeñan en colocar entre un mercato y otro. En Italia, la cuna del asunto, es una religión. Un buen amigo, padre de dos hijos y de apariencia adulta, me confesó una vez que pide cada año fiesta en la oficina el último día de mercato para disfrutarlo tranquilamente en su casa.

Una vez entrevisté a Romano para El País Semanal y confieso que, pasado los meses, utilicé su agradecimiento —y su número— para preguntarle furtivamente si el Barça iba a fichar a Haaland (cuando su padre se paseaba por las oficinas de varios clubes antes de decantarse por el Manchester City). Pero Romano no es de esos. Consciente de que, como la mayoría de aficionados, yo habría aceptado cualquier trola para seguir soñando, arrasó toda esperanza con una suerte de “permíteme dudarlo”. Y eso que en aquella época todavía creíamos en los milagros.

El mercato es ilusión. E Ilusionismo. Por eso este verano hemos sufrido mucho viéndole el truco de forma tan grotesca al mago Laporta, cuando intentaba sacarse un Nico Williams de la chistera o decía luego que el club no está en la regla 1:1 porque no le da la gana. Y se lo habrá visto también Deco, y por eso, para que no le dé un portazo como sus predecesores (y como una decena de miembros del organigrama), ahora todo son alabanzas al director deportivo por la gran campaña que ha hecho. O la que ha podido hacer. Es decir, traer a Hansi Flick, cuyo agente es íntimo de Laporta; fichar a Dani Olmo por el precio que pedía el Leipzig, colocar a Lenglet en el Atlético después de renovarle el contrato y ganar tiempo con Vitor Roque, poniendo una vela a la virgen de Valme, para que el Betis se lo acabe quedando por menos de lo que se invirtió cuando el Barcelona no tenía ni para fotocopias.

La ilusión en el Barça, y eso sí es un milagro, tiene ahora menos relación con las endorfinas de la chequera y más con el talento y algún rasgo identitario de cada jugador criado en la cantera. Es el fabuloso trabajo de más de cuatro décadas de gente como Oriol Tort, Josep Mussons, el propio Johan Cruyff, Carles Folguera, Jordi Roura, Aureli Altimira o Alexanco. Nunca sabremos si Laporta creía realmente en ellos o ha sido pura oportunidad. Da igual ahora. Si no lo estropean, quién necesita al mercato.

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