Todos guardamos recuerdos de las personas que hemos querido y admirado durante tanto tiempo. Ludolfo Paramio es para mí una de ellas. Hace muchos años, más de 40, llamó un día a mí casa y mi hijo, que entonces tenía cuatro años, cogió el teléfono y preguntó “¿De parte de quién?”. “De Ludolfo”, contestó. “¿Qué Ludolfo?”, dijo mi hijo. “Vamos a ver, criatura, ¿cuántos Ludolfos conoce tu madre?”, replicó Paramio con esa sorna tan suya.
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