Pupitres vacíos | La Nación


El sistema educativo arroja miles de datos, tales como el ausentismo, la violencia intramuros, las incapacidades de los docentes, el porcentaje de cumplimiento de los programas oficiales y mucho más.

Dentro de esa amplia gama de estadísticas educativas, quizá la más preocupante sea el índice de abandono o exclusión escolar. Ningún país puede decir que el 100 % de los alumnos permanecen en sus sistemas educativos públicos, pero en el nuestro se ha visto un aumento causado por la ausencia de una estrategia para solventar un problema cuyo costo social es sumamente alto.

Los datos de abandono escolar son muy distintos en primaria que en secundaria, en zona urbana que en la rural. Según el Estado de la Educación, los hombres de entre 13 y 14 años son quienes más dejan las aulas.

El dato es consecuente con las muertes violentas de muchachos que cambiaron el colegio por la calle, algunos para trabajar y otros para unirse al crimen organizado.

Históricamente, en la educación secundaria se da la mayor cantidad de exclusiones. Durante el 2016, dejaron los estudios 30.689 alumnos, cifra que bajó significativamente durante la pandemia a 4.555 en el 2020, pero hay una tendencia al alza: casi 16.000 en el 2022.

Cuando se sabe dónde está el problema, las edades e incluso el sexo, lo lógico sería diseñar una política pública para trabajar específicamente con estas poblaciones sin dejar a las otras desprotegidas.

Sin embargo, a contrapelo de lo que reflejan las estadísticas, se aplican recortes en el presupuesto para becas y los escasos recursos para las juntas tienen a las escuelas y los colegios en estado deplorable.

Un centro educativo maltrecho desmotiva y promueve el abandono escolar. Los centros educativos deberían ser lugares decentes para estudiantes que vienen de entornos familiares desfavorecidos.

Para mantener a los jóvenes en las aulas, se les debe garantizar seguridad y alimentación. Deben encontrar en primaria y secundaria no solo su única comida diaria, sino también un lugar donde no sientan temor.

Los aspectos académicos también inciden en la permanencia escolar, no solo se espera excelencia de los educadores y del personal administrativo, sino también que la disciplina y el orden sean la norma.

Lamentablemente, el hilo que une al estudiante con su escuela o colegio cada vez se vuelve más delgado. En barrios violentos es una aventurada travesía ir de la casa al centro educativo: pueden ocurrir balaceras, asaltos o cobro de peaje a los niños inclusive.

Trabajar en la disminución de las incapacidades y la agilidad de los nombramientos sería una gran contribución a la estabilidad estudiantil, ya que bloques libres o salidas sin cumplir totalmente con el horario de clases significa servir la mesa al abandono.

Las investigaciones apuntan a otros factores merecedores de igual atención, como desmotivación, desinterés, bajas expectativas, falta de apoyo de las familias, migración, violencia en la comunidad, situación económica, entre otros.

Tal crisis solo podrá revertirse con una estrategia educativa comprometida, pero para ello es necesaria una reestructuración profunda en el Ministerio de Educación Pública y, principalmente, un cambio de mentalidad de sus jerarcas y de quienes deben administrar el presupuesto nacional de manera que se invierta en cuestiones apremiantes, como lo es la mejora educativa.

[email protected]

El autor es educador.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *