Miguel Hernández Terán: ¿Lo merecemos? | Columnistas | Opinión



La clásica definición romana de justicia es “voluntad constante y perpetua de dar a cada cual lo que le corresponde”. La idea de la justicia es universal.

Ángel Osorio decía que la justicia se reduce a una sensación: sentimos la sensación de lo justo o la sensación de lo injusto. Pues bien, todos luchamos por lo que consideramos equitativo. Queremos educar a nuestros hijos de la mejor manera, deseamos prepararlos para que enfrenten la vida correctamente. Trabajamos para comprarnos una casa y así lograr que nuestras familias no tengan la preocupación de no saber dónde vivir, etc. Pero las proyecciones en el Ecuador de hoy se vienen abajo en cualquier momento.

La desvergüenza

Un sueño truncado

Los niños, los jóvenes mueren en cualquier momento producto de una delincuencia despiadada. “Mátalo” se ha convertido en una frase común cuando un ciudadano/a se resiste a ser asaltado. Si usted se rebela y lucha con el delincuente lo más seguro es que lo ejecuten. Los semáforos se han convertido en lugares de pánico por la potencialidad de ser asaltados. En cualquier atascamiento vehicular podemos ser arranchados. ¿Tenemos expectativas sólidas de superar esta situación? Difícil decir que sí.

Doy clases en una Universidad en Guayaquil, y en la facultad en que dicto cátedra ya no hay clases presenciales en las tardes. Es decir, nos adaptamos a nuestra cruda realidad. Podría decirse que vivimos en indefensión. Las peleas entre bandas de drogas por el dominio del mercado es algo común. Pero esas bandas no asaltan en las esquinas. Es la delincuencia común la que nos tiene arrinconados. Los vacunadores que chantajean a todo tipo de negocio no tienen piedad. Si usted no paga le incendian el local o lo matan. El actual Gobierno no puede ser tachado de débil en la lucha contra la delincuencia, pero es evidente que esta ha desbordado toda proyección. A la delincuencia se une la maldad: el delincuente mata sin razón, sin “necesidad”. Mata de puro maldito. La indefensión nos agobia. Dicen que la violencia no hay que combatirla con violencia. Pero tampoco hay que llegar al extremo. Nuestra población sufre. Me temo que llegó la hora de autorizar el porte de armas. No es justo que vayamos a recoger a nuestros hijos/as a sus colegios con el temor de ser objeto de la delincuencia, que ellos perciban la inseguridad en todos lados; esto mientras las escuelas de sicarios aumentan, mientras las playas ya no son remanso de paz, mientras la psicosis inunda a ciudadanos de todas las edades y condiciones. Poder contrarrestar al delincuente en los hechos se ha convertido en una necesidad. El delincuente no tiene piedad. No quiero decir que el ciudadano debe salir a matar delincuentes, pero sí debe tener la posibilidad de defenderse con un arma. Como se ha afirmado mil veces: el infractor sabe que usted está indefenso, que no tiene la posibilidad de enfrentarlo, que su esposa, sus hijos, su familia están en sus manos.

¿Merecemos vivir así? La unión de las familias en los barrios se impone. Los esfuerzos de la Policía y de las Fuerzas Armadas son valiosos y sacrificados, pero está claro que no alcanzan. La delincuencia común nos tiene arruinados. (O)

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