Mi abuelo y el privilegio inconsciente


Una razón ciertamente típica, que conlleva no valorar lo que nos rodea, poseemos (material e inmaterial) o las ventajas potenciales o que ya disfrutamos, es que estamos acostumbrados a ellas.

En muchísimos casos, tales privilegios no fueron resultado de un esfuerzo propio, sino de sacrificios, luchas o reivindicaciones de terceros, cuyos beneficios se derramaron sobre las generaciones posteriores.

Pienso, específicamente, en la democracia y su funcionamiento complejo. La división de poderes, el respeto a estos y entre estos, el actuar político acorde con las reglas de una constitución, el acatamiento a las observaciones de los diversos órganos de fiscalización dentro de la cosa pública (especialmente cuando no se está de acuerdo con ellas) y, por qué no, el trato entre las personas que ostentan los cargos, pues al fin y al cabo son parte responsable de la credibilidad esperable en las instituciones democráticas.

Vaya un ejemplo: aunque las elecciones son solo una parte (importante, sí) del juego democrático, su funcionamiento en condiciones transparentes y respetuosas es un buen síntoma del sistema. Sobre todo, la asistencia a ejercer el voto es uno de varios indicadores de la salud de la democracia y del apego de las personas a esta.

Pero vemos, elección tras elección, cómo el abstencionismo se mantiene como el gran ganador (lo cual, desde luego, evidencia, entre otras cosas, el justificado descontento con la clase política). Aun así, no puedo dejar de pensar en una contraposición de ejemplos de un par de elecciones atrás.

Por un lado, un grupo simbólico de mis amistades no iba a votar básicamente porque sí, porque “para qué”, porque “qué pereza” (ninguno superaba en ese momento los 38 años). Por el otro, mi abuelo, aun internado, exige que le den permiso para ir a votar. Pero mi abuelo siempre ha tomado las elecciones como algo trascendente y personal, ya que creció en una Costa Rica de revueltas políticas y armadas alrededor del discurso de la defensa del voto.

Con esto no quiero decir que solo quien vivió ciertos momentos aprecia los resultados, ni que debemos ir a votar solo porque sí. Sin embargo, sí deseo que sirva para reflexionar en que, al igual que mi abuelo, no podemos dar nada por sentado, en especial la democracia.

En Costa Rica no se puede permitir que la democracia sea víctima de su propio éxito, y si gobernantes de diversas tendencias ostentan provisionalmente el poder es gracias al juego democrático.

Hacer propuestas antidemocráticas o romper el equilibrio de poderes, sin embargo, es una contradicción que no podemos permitirnos. Algo claro es que, aunque creamos que siempre ha estado ahí, la democracia no es eterna ni la paz social ni los derechos humanos.

En cualquier momento, todo puede resquebrajarse. Miremos la progresiva irrupción de la extrema derecha en la política europea, un continente que no hace mucho tiempo estaba destruyéndose por un tóxico ideario nacionalista.

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El autor es politólogo, especializado en estudios avanzados en derechos humanos y profesor de la Universidad de Costa Rica.

Este viernes 17 de mayo del 2024, más de un millón de estudiantes del país ejercerán el derecho al voto en las elecciones estudiantiles 2024. La Escuela Buenaventura Corrales de San José fue un ejemplo.

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