Lo posible con perseverancia | La Nación


En el cuento “El jugador, la monja y la radio”, del escritor estadounidense Ernest Hemingway, unas palabras que la hermana Cecilia dice a Frazer detuvieron mi lectura: “Cuando era pequeña, parecía muy sencillo. Sabía que sería santa. Cuando descubrí que es algo que no ocurre de la noche a la mañana, me dije que era cuestión de tiempo. Ahora me parece casi imposible”.

Durante la niñez, las cosas son tan fáciles de obtener que basta con imaginarlas: un juguete, una profesión, una aspiración. La ilimitada fantasía infantil nos convierte en futuros profesionales de la medicina o del derecho, o en grandes deportistas y, en los últimos tiempos, en exitosos gamers o expertos en videojuegos.

Es la magia radical de la niñez: chasqueamos los dedos de la imaginación y somos nuestros anhelos.

Si bien después reconocemos que nuestras vidas están expuestas a eventos que en un solo día nos depararán una gran felicidad o nos hundirán en el dolor, también sabemos que los sueños no se alcanzan en 12 horas como el sol que se pone al atardecer y reaparece a la mañana siguiente. Ni se consuman si creemos, como la hermana Cecilia, que es “cuestión de tiempo”.

¿En qué se convierte el tiempo, sin embargo, si le dejamos a su arbitrio el cumplimiento de nuestras aspiraciones? En una sucesión de cosas no realizadas, ya que el tiempo es un espectador impasible, no un hacedor que construye, porque su perpetuo movimiento acecha, desgasta y destruye nuestros más preciados anhelos.

El tiempo ordena en secuencia los acontecimientos y, como si fuera un escenario, en la vida personal su telón está siempre abierto para exponer lo que hemos hecho posible y lo que no.

Semejantes a caminos paralelos que conducen al mismo campo seco, la frustración por lo no conseguido nos secuestrará entre dos estados de ánimo, ambos exhalando el olor del disgusto íntimo. O bien renunciamos y nos tornamos indiferentes a lo que no fuimos capaces de hacer, o la culpa interior nos importunará un día sin olvidar que sus dientes de roedor son afilados y que, finalmente, la amargura y las contradicciones en nuestra conducta se manifestarán, incluso en las acciones más cotidianas.

Después de años de haberle cedido al tiempo la responsabilidad de convertirla en santa, la hermana Cecilia confiesa a Frazer que en ese presente de su vida le “parece casi imposible” llegar a serlo.

La confesión de la religiosa es aterradora. Significa que la aureola dibujada sobre su cabeza cuando era niña se difuminó debido a la inconstancia.

Es muy probable que abriguemos ambiciones más terrenales, igualmente revestidas de gran valor por la sagrada razón de que son nuestras; seguramente también algunas de ellas nos parecerán casi imposibles de alcanzar, pues están sujetas a las vicisitudes con las que la vida en ocasiones maltrata o descalabra nuestras ilusiones y proyectos.

En estos oscuros momentos, pensamos que la perseverancia que se nos pide es solamente una palabra ornamental. Sin embargo, la fuente del auténtico daño consiste en claudicar.

Desesperanzadas y casi rendidas, esas personas apenas se atreven a mirar aquel anhelo que ven a la distancia mientras piensan, como la hermana Cecilia, que quizá sea posible alcanzarlo si le dejan al tiempo el trabajo.

Pero la verdadera cuestión es que Cronos engulle sin retraso y no conoce la indulgencia. Me parece que esta es razón suficiente para añadir a nuestra vida una particular sacralidad, entendida como una actitud que nos conduzca a convertir nuestro tiempo de cada día en una tierra aprovechable en la que las cosas pequeñas o grandes que hemos postergado sean realizadas por nuestras manos y nuestra voluntad, y no por un devenir donde los minutos y las horas carecen de manos y voluntad para hacerlas por nosotros.

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El autor es educador jubilado.

La perseverancia significa convertir nuestro tiempo de cada día en una tierra aprovechable en la que las cosas pequeñas o grandes que hemos postergado sean realizadas por nuestras manos y nuestra voluntad, y no por un devenir donde los minutos y las horas carecen de manos y voluntad para hacerlas por nosotros.

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