Ligeros de equipaje | La Nación


Recientemente, una golondrina nos visita temprano por la mañana. Mientras desayunamos, mi hijo y yo la contemplamos. Qué hermosa es su danza. Su vuelo es ágil y veloz, gira con gracia y libertad.

El anhelo de libertad me recuerda el libro clásico del historiador y militar Jenofonte, Expedición de los diez mil. Este texto fue escrito hace más de 2.000 años en tercera persona. Narra el retorno de una expedición griega a Grecia, donde 10.000 hombres regresan enfrentando grandes ataques persas hasta lograr llegar a su patria.

Hubo un momento crucial cuando muere el jefe, el comandante espartano Clearco, y Jenofonte de Atenas asume el mando. Enfrentados a un largo recorrido de casi 4.000 kilómetros a través de territorio enemigo, remontaron el río Tigris y atravesaron Armenia para alcanzar la orilla sur del mar Negro. Se dice que fueron famosos los gritos de alegría de los soldados al ver el mar.

Los 10.000 hombres llevaban consigo carros y tesoros obtenidos en diversas campañas. En un egregio discurso, Jenofonte dijo: “Conviene hablar del modo cómo marcharemos con la mayor seguridad posible y, si es preciso luchar, cómo lo haremos con la mayor eficacia. Me parece, pues, que ante todo debemos quemar los carros para evitar que nuestras bestias dirijan nuestra marcha sin control. Luego, debemos quemar las tiendas; su transporte nos estorba y no tienen utilidad para el combate o para obtener víveres. Desprendámonos también de todo el bagaje superfluo, quedándonos solo con lo necesario para la guerra o para comer y beber. Reduciendo así el número de hombres dedicados al transporte, podremos disponer de más hombres armados. Sabéis bien que si somos vencidos, todo caerá en manos ajenas, pero si vencemos, podremos utilizar a nuestros enemigos para llevar nuestras cosas”.

El discurso caló hondo en los griegos, quienes se levantaron y, separándose por el campamento, quemaron los carros y las tiendas. Respecto a lo superfluo del bagaje, intercambiaron entre sí lo que necesitaban y el resto lo arrojaron al fuego. Así, liberados, pudieron pelear, sobrevivir y regresar a sus hogares.

“Conviene quemar las naves”, como diría Hernán Cortés. No hay retirada posible para quienes verdaderamente desean conquistar una meta. Debemos desprendernos de tantas cosas innecesarias que nos distraen y ralentizan nuestro progreso. Las cosas superfluas hacen mucho ruido, pero aportan pocas nueces. Debemos liberarnos de ellas para valorar lo realmente importante.

El consumismo y el exceso de orgullo y vanidad nos llevan a una búsqueda obsesiva de reconocimiento social, a esas necias ganas de destacar, cerrando la puerta a lo verdaderamente importante.

Se dice que ser austero afila la inteligencia, la alisa y pule. Ya lo decía el poeta Solón: “La austeridad es una de las grandes virtudes de un pueblo inteligente”.

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La autora es administradora de negocios.

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