Levantemos la voz por la paz


En este momento, los pacifistas no podemos callarnos, las guerras nos afectan muy de cerca. Las muertes de tantos seres humanos nos duelen, así como la destrucción de casas, ciudades y carreteras que tanto trabajo y recursos económicos han costado a los habitantes de los países en conflicto.

Son recursos que pudieron haber servido para educar, producir trabajo y paliar el hambre que amenaza a la mitad de la humanidad.

Preocupan el desperdicio y la contaminación de recursos naturales, que aceleran el cambio climático que nos acecha fuertemente.

La contaminación causada por la guerra afecta el agua y el aire. La energía, los metales y otros bienes se dedican a la producción de instrumentos de guerra cada vez más sofisticados, adquiridos con los impuestos producidos con el sudor de la frente de tanta gente y hasta de la nuestra, porque estamos inmersos en un mercado mundial.

¡Cuánta riqueza perdida que se hubiera convertido en bienestar, salud, conocimiento! En resumen, todos estamos pagando las guerras que aniquilan no solo a los países que las libran.

Después de la Segunda Guerra Mundial y el holocausto sufrido por los judíos, 50 naciones, entre ellas la Unión Soviética, los Estados Unidos, Europa entera, China, Irán e Irak, firmaron un pacto de paz que los comprometió a no agredirse y a protegerse mutuamente ante cualquier amenaza.

La carta fundamental de principios de las Naciones Unidas se firmó el 26 de junio de 1945 y el mundo entero creyó que nunca más habría muertes causadas por ansias de poder y de dominio; al contrario, que habría mutua ayuda, colaboración, intercambio científico y económico, paz y concordia entre los seres humanos que, expuestos a los inevitables problemas o desastres naturales, se unirían para enfrentarlos juntos.

Pero ese pacto se olvidó, y así lo verificamos con claridad cuando los terroristas islámicos derribaron las Torres Gemelas y causaron miles de muertos y heridos, y la destrucción de costosa infraestructura.

Ahora en nuestras propias narices, Putin pretende anexar Ucrania para dominarla económica y físicamente, y destruye a sus habitantes y sus ciudades; y Hamás atacó de manera brutal e insensiblemente a Israel.

La guerra fría se impone lentamente, pero la guerra cruenta se torna más encarnizada y no nos aporta beneficio alguno. Al contrario, se desperdician y destruyen elementos vitales para los seres humanos.

Parece inaudito que en tiempos de tecnología avanzada, de inteligencia artificial, de pospandemia, no haya forma alternativa de ganarle al terrorismo y evitar que el “ojo por ojo, diente por diente” del Código de Hammurabi, que tanto afecta al mundo entero, se aplique.

Pienso que un estado de sitio absoluto fundado en el rechazo y aislamiento de quienes hagan la guerra sería mucho más eficaz.

Las naciones demócratas podríamos aislarlos, sitiarlos totalmente y no venderles ni comprarles ni visitarlos ni hablarles. Podríamos encerrarlos, embargar sus recursos y negarles los nuestros, los de todas las naciones libres de derecha o izquierda, que rechazan la guerra y sueñan con la paz y la vida.

Podríamos obtener los recursos naturales en otros países e intercambiarlos en paz, sin tener que arrebatarlos ni robarlos a los terroristas atacantes. Existe el mercado y el canje tal y como se estableció en Bretton Woods en 1945.

Sobrevivamos sin guerra cruenta, ayudados con el conocimiento, la ciencia, la tecnología de punta, sin que tengamos que sacrificar a personas inocentes, incluidas las generaciones jóvenes que fallecen en los frentes de batalla a vista y paciencia de las madres que los lloran a ambos lados de los conflictos: las ucranianas, las rusas, las israelíes, las palestinas y tantas otras más.

Pensemos con la cabeza, que para eso Dios nos dio la conciencia. Es hora de hacerlo para que los seres humanos sobrevivamos y logremos juntos hacer las paces en un planeta que afronta el cambio climático y las pandemias que sin duda serán cada vez más letales como resultado, entre otras causas, de las guerras.

¿Dónde quedó perdido eso de que somos “seres racionales”? Seámoslo unidos frente a los terroristas irracionales. Sin lugar a dudas, hay más de una vía para vencerlos de una vez por todas.

Ganemos las guerras con el conocimiento, la ciencia, la información, el entusiasmo, la energía para disfrutar de lo que nos hace humanos: la paz, la tranquilidad, la salud, la belleza, la bondad, la amistad, el amor…

Ojo por ojo o exterminio total no será la solución ni a corto ni a largo plazo, porque la maldad y el odio se extenderán por el mundo como una pandemia irrefrenable. Pensemos, estudiemos. Ha llegado la hora de hacerlo en serio. De lo contrario, ni siquiera quedará evidencia alguna de que hubo una vez en la tierra seres humanos que existimos, soñamos y pensamos.

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La autora es filósofa.

Tras la firma de la Carta de las Naciones Unidas, el mundo entero creyó que nunca más habría muertes causadas por ansias de poder y de dominio.

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