La madre es Dios | Cartas al Director | Opinión



A estas alturas de mi vida aún recuerdo a mi madre, su imagen se hizo parte de mis más íntimos recuerdos. La recuerdo en todo y evoco su grito cuando me caí desde una azotea; jamás olvidaré sus tiernas caricias y su peinilla que yo odiaba porque me estrujaba los churos hasta verlos lacios, a ella le gustaba y la palmadita en los glúteos indicándome que camine y me apure porque se me hacía tarde para ir a la escuela. Después me fui a estudiar a Riobamba, a Cuenca, a Guayaquil, jamás dejé de amarla. Era la belleza más pura que jamás imaginé, siempre me sentí orgulloso de ella. Me acompañó a Cuenca y yo la acompañé hasta que le tocó viajar al encuentro de Dios.

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Años después ya como médico vi que todas las madres son iguales, bellas, bondadosas, amorosas, las únicas que nos aceptan con nuestros errores y nos hacen caer en cuenta con mucho amor lo que no debemos hacer. Después las vi y atendí dando a luz, es algo sublime verlas llorar por el dolor y luego explotar en una maravillosa sonrisa cuando el bebé es puesto en su regazo, es divino, una diosa trayendo una nueva vida nacida del fruto de sus entrañas, después el abrazo eterno lleno de amor.

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También las vi alegres en las buenas y en las malas, siempre protegiendo a sus hijos con un amor que más que humano es divino, invitándolos a enmendar los errores, a caminar por el buen camino. El amor de una madre es quizás el único que se da espontáneamente sin ningún interés. Conocí una madre que cargó a su hija con parálisis cerebral en su espalda para que yo la vea, era bien grande y jamás la vi hacer un gesto de cansancio, llegaba soplada y se reía diciéndome: “doctor, ayúdeme”, y esto fue por años. Algunos hijos no medimos lo duro y difícil que es criar y educar a los hijos y muchos las olvidan en su vejez y las cambian por otros amores a veces menos sagrados y sinceros como los que ellas nos han brindado. (O)

Hugo Alexander Cajas Salvatierra, médico y comunicador social, Milagro

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