La llamada | La Nación



Como generalmente sucede, a lo largo del tiempo he participado en innumerables llamadas telefónicas; tantas, que casi las he olvidado.

Mi relación con este aparato incomprensible se remonta a la época en que se instaló en mi casa un teléfono rural que se compartía con los vecinos. De entonces solo recuerdo dos llamadas: una de un pariente que permaneció en el extranjero muchos años, un indiano al revés, que regresó y quería prevenir a los suyos para que no se sorprendieran cuando lo vieran aparecer; otra, funesta, para que se avisara a la familia de una conocida, que trabajaba en un lugar distante, que ese mismo día había perecido ahogada. El teléfono era portador de cosas insólitas; cuando timbraba, yo me estremecía.

Al comienzo de mi trabajo judicial decidí llevar un registro de las llamadas que recibía, posiblemente para curarme en salud. Rato después sospeché que era una práctica farisaica o paranoica y la abandoné enseguida. En aquellos años de poco me habría servido; la delación y la ruindad que hoy son moneda frecuente en la divulgación de las comunicaciones personales, así sean referentes a relaciones políticas, profesionales, públicas, privadas o mundanas, no habían contaminado aún la buena fe y la ingenuidad consecuente.

En doce años o algo así de práctica judicial, también recuerdo solo dos llamadas. Una me permitió dar testimonio de debida lealtad: hoy todavía me ufano de ella; la otra, contrariamente a la intención de quien la hizo, despejó mis dudas acerca de los hechos de un proceso subjetivo que estaba instruyendo.

La memoria que tengo de las llamadas que he recibido es corta, a pesar de que algunas han influido significativamente en el curso de mi vida. Lo mismo sucede con las que he hecho. De estas últimas, me abochorna una sobremanera condescendiente, y me complace otra que retribuyó una deuda de gratitud que a falta de ella habría quedado al descubierto.

Me induce a este inventario personal la lectura de un relato del escritor albanés Ismail Kadaré sobre las numerosas versiones de una presunta llamada que José Stalin hizo a un desconcertado Boris Pasternak en 1934. Esa llamada muestra el desvalimiento o la sumisión en que se está de cara al poder desorbitado, cualquiera sea su naturaleza, y la vana ilusión de comunicarse con él con ánimo transparente, en pie de igualdad.

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Carlos Arguedas Ramírez fue asesor de la presidencia (1986-1990), magistrado de la Sala Constitucional (1992-2004), diputado (2014-2018) y presidente de la Comisión de Asuntos de Constitucionalidad de la Asamblea Legislativa (2015-2018). Es consultor de organismos internacionales y socio del bufete DPI Legal.

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