Willemstad, Curazao. Sandra Campbell era muy joven cuando dejó su natal Limón para instalarse con una hermana en Calle Fallas de Desamparados, San José. Recién había terminado la secundaria y pronto encontró un empleo en un hotel de la capital, un trabajo que cambiaría su vida de forma inesperada en otro país.
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En ese alojamiento conoció a Raphael Alexander, originario de la isla caribeña de Curazao (Antillas Neerlandesas, también conocidas como Antillas Holandesas). Raphael, que solía visitar Costa Rica con regularidad, se convirtió en su esposo.
Han pasado 40 años desde que Sandra llegó a Curazao para formar una familia. Tuvo cuatro hijos: la mayor, Shadokiey, vive en Países Bajos; el varón, Rhasadsan, reside en Nueva York, Estados Unidos; mientras que las menores son las gemelas de 33 años, Ershaline y Arshaline. La primera se mudó a Inglaterra y la otra optó por quedarse en Curazao.
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A pesar de las cuatro décadas lejos de Costa Rica, Sandra no olvida el momento en que aceptó entablar una relación sentimental con quien ahora es su esposo. Inicialmente, le dijo que no varias veces, hasta que finalmente se lanzó al amor, una decisión que la llevó fuera de las fronteras ticas.
”Él iba a Costa Rica y venía (a Curazao), e iba y venía, hasta que le hice caso”, afirma Sandra entre risas mientras la entrevisto en la hermosa plaza Brión.
Cuando llegó a Willemstad, capital de Curazao, quería regresar a nuestro país. No le gustaba el calor sofocante de esa joya del Caribe. Tampoco le hacia mucha gracia la ciudad.
Incluso, optó por viajar constantemente hasta que poco a poco le fue tomando el gusto a ese idílico sitio que atrae a miles de turistas cada año, encantados por sus aguas turquesas y relajantes, así como por una colorida ciudad repleta de hermosos lugares por conocer.
”Una tía me decía que debía quedarme y yo le decía que no me gustaba, que es muy caliente. Después me quedé y me acostumbré; ahora cuando voy a Costa Rica, quiero regresar a Curazao”, añadió.
La vida de una tica en Curazao
Con la inocencia de alguien que no imagina si hay más ticos en la isla, le pregunto si conoce a algún otro compatriota. La respuesta me deja atónito: ¡Sandra asegura que viven al menos 80!
Pasan comunicados, pero desde hace algunos meses no se reúnen. La razón es que uno de ellos tenía un negocio donde llegaban los demás para ver los partidos de la Selección Nacional o simplemente para compartir, pero lo vendió y regresó a Costa Rica.
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Actualmente, esta costarricense trabaja en una tienda que ofrece diversos productos a los turistas. Dice que Curazao es un buen lugar para vivir, con el detalle de que es caro. “Pero vale la pena”.
Aunque está completamente adaptada a esa nación, recuerda que cuando estuvo embarazada deseaba comer yuplones y pejibayes, pero es imposible encontrarlos allá. Además, aún añora saborear pan bon y ñampí: “hace años no los como”.
Eso sí, prepara arroz con pollo, gallo pinto y rice and beans. También tiene disponibles muchas frutas y hortalizas que llegan desde Venezuela.
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Sandra visita Costa Rica muy poco; antes iba cada dos años, pero ahora debe ir donde sus hijos que viven en el extranjero, en Países Bajos, Inglaterra y Nueva York (Estados Unidos).
En ocasiones, algunos familiares viajan a la isla para pasar unos días con ella y, de paso, disfrutar de los encantos de ese lugar.
Sandra recomienda Ir a Curazao en febrero, durante el carnaval; o en diciembre, ya que está más fresco y hay muchas actividades por Navidad.
En cambio, agosto y setiembre son muy calurosos, mientras que junio y julio es temporada alta para el turismo.
Hay playas cercanas a la capital, como Mango Beach, a la que se puede llegar en media hora en transporte público, ideal para quienes viajan en crucero y disponen de poco tiempo.
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Después de la amena conversación, Sandra nos lleva a algunos sitios de interés de la capital y nosotros la acompañamos a su lugar de trabajo.
Ella se alegra cuando encuentra turistas costarricenses, aunque tiene su vida hecha en el paraíso del Caribe.
Esta es la historia número 80 sobre costarricenses que dejaron su país por diferentes circunstancias, se adaptaron a otra tierra, pero guardan el cariño por sus raíces.