La frase, casi siempre, hace alusión –medio en burla y mucho en serio– a aquellos padres que abandonaron su rol desde un principio o mientras comenzaban a transitar su paternidad. A aquellos que no dejaron su apellido ni su aporte económico y menos aún emocional en la crianza de sus hijos, pero también a aquellos que tras una separación rompieron lazos con sus hijos y se volcaron a nuevas familias.
En esta columna, sin embargo, quiero reivindicar a los verdaderos padres luchones, en el sentido más literal de la palabra: a los que cambiaron las prioridades y asumieron un rol proveedor para sus hijos; a los que se multiplican para que no falte lo material ni su presencia en las actividades de sus hijos; a los que vencieron patrones heredados de su crianza y hoy son padres amorosos que dicen te amo, peinan y juegan a la casa de muñecas. A aquellos que comparten las malas noches y se alternan para dar un biberón o sacar los gases de un recién nacido para que la madre pueda descansar; a los que velan por igual las noches de enfermedad, cambian pañales y se emocionan con las primeras palabras.
A aquellos padres que entendieron que los grupos de WhatsApp de la escuela también son su territorio y que las invitaciones a jornadas de lectura y talleres de manualidades no los excluyen. Hoy fuimos invitados al jardín de mi hija a elaborar con los niños una bandera de Argentina y fue hermoso ver que la mitad eran papás que llegaban con cartulinas, pinturas y tijeras para trabajar en familia.
Esos padres, que enfrentaron al sistema y pelearon por la custodia de sus hijos, a los que aguantaron desplantes, batallas legales y chantajes. A esos que resistieron todo y se quedaron cuando lo más fácil era borrarse. A esos luchones va esta columna porque no toda paternidad es mal llevada o no asumida.
Y en busca de ese sentimiento que los atraviesa pregunté a algunos de mis amigos cercanos lo que significaba la paternidad para ellos. Unos hablaban de un crecimiento exponencial de la responsabilidad, otros de una especie de bofetada de la vida para volver a lo importante y otros de la asunción de un rol proveedor. Pero todos coinciden en que lo principal es un cambio de mentalidad para dejar de ser un “yo” y convertirse en un “nosotros”. Y eso se traduce en planificación, horarios, comidas, viajes.
Si bien hablamos todo el tiempo de la transformación que implica la maternidad para las mujeres, ese mismo sentimiento de que todo se puso de cabeza en la vida ocurre con la paternidad. Y aunque se viven de formas distintas porque ejercemos roles distintos, es bueno que podamos reconocernos mutuamente.
Como leí en una cuenta de IG esta semana: “que sepamos celebrarlos a todos: al que se queda por la valentía de quedarse; y al que se va por la grandeza de dejar espacio a una madre que puede ser mejor padre”. (O)