El 1.° de abril, el New York Times publicó el artículo de opinión “Is this the Silicon Valley of Latin América?”. La autora, Farah Stockman, aprovechó la decisión de Ia empresa Intel de aumentar su producción de microprocesadores en Costa Rica y su inclusión como participante en la Ley CHIPS de Estados Unidos para argumentar en favor de que el país se convierta en el principal ecosistema de innovación tecnológica de la región.
Más allá de lo que otros analistas han comentado, Costa Rica debe aprovechar la coyuntura no solo para impulsar la incipiente industria nacional de semiconductores, sino también para promover el desarrollo de un robusto ecosistema de innovación y emprendimiento.
Silicon Valley es conocido como el ecosistema de innovación tecnológica más importante del mundo. Comenzó con la producción de semiconductores en 1956, con la empresa Shockley Semiconductor. Su fundador, William Shockley, premio nobel de física en 1956, enfrentó una rebelión de ocho ingenieros que culminó con la renuncia de estos.
El grupo es conocido como los ocho traidores, entre ellos, Gordon Moore y Robert Noyce, cofundadores de Intel.
Con ayuda del inversionista Arthur Rock y del empresario Sherman Fairchild, el grupo fundó la empresa Fairchild Semiconductor. Es considerada no solo como el nacimiento de la industria de la inversión de capital de riesgo, sino también como el dinamizador de la innovación tecnológica en la región, ya que varios de sus exempleados luego crearon empresas como Intel, AMD y National Semicondutor.
Como es sabido, la bonanza de los semiconductores dio paso a otras innovaciones tecnológicas, como la computadora personal, el software, la internet y ahora la inteligencia artificial. La gran mayoría de las invenciones se deben a empresas nacidas en Silicon Valley, apalancadas en el modelo de financiamiento de la inversión de capital de riesgo.
Costa Rica está posicionada como un destino idóneo para la atracción de inversión extranjera directa (IED) y son indiscutibles los réditos que produce esta estrategia en empleos, encadenamientos productivos, exportaciones, entre otros.
Sin embargo, es recomendable complementarlo con el fomento de la innovación y el emprendimiento local, principalmente, para minimizar los efectos negativos que suele conllevar el traslado de operaciones locales de este tipo de empresas a otros destinos, como el que tuvo el cierre de la planta de Intel en el 2014, que dejó desempleados a 1.500 colaboradores.
Así que lo interesante de la comparación con Silicon Valley, más allá de que sea realista copiar el modelo en otras regiones, es la oportunidad de apalancarse de su participación en la Ley CHIPS para crear un sólido ecosistema de innovación, a través del emprendimiento y la inversión de capital de riesgo, máxime cuando las ventajas del país para la atracción de IED sirven de base para la formación de un ecosistema de esta naturaleza.
No se puede negar que Costa Rica lleva décadas desarrollando un ecosistema de innovación y emprendimiento. Una variedad de actores, como universidades, organismos internacionales e iniciativas privadas, han creado incubadoras, aceleradoras, tentativas de redes de ángeles inversionistas y fondos de capital de riesgo. Inclusive, los gobiernos han hecho lo suyo con distinto grado de enfoque e interés.
Sin embargo, se puede hacer mucho más, especialmente en política pública orientada a facilitar el nacimiento de nuevas empresas tecnológicas, incluyendo mejoras en trámites, acceso a verdaderos y significativos fondos de capital semilla y cargas impositivas que consideren los retos de una empresa durante sus primeros años.
El país debe priorizar sus esfuerzos en fortalecer la inversión de capital de riesgo tanto a escala individual (ángeles inversionistas) como institucional (fondos de capital de riesgo) mediante la aprobación de incentivos fiscales para estos actores.
La razón es simple. Este tipo de inversionistas catalizan y aceleran el cambio tecnológico, y los retornos de sus inversiones impactan los portafolios de los inversionistas y la economía en general.
Existen muchos ejemplos de cómo otros países han creado esta industria y los resultados positivos que experimentan sus economías. Singapur, desde 1985, promueve la organización de una sólida industria de capital de riesgo de la mano de incentivos fiscales y cambios en su legislación para atraer fondos internacionales.
Singapur ostenta el primer lugar en ecosistemas de emprendimientos dinámicos en la región Asia-Pacífico, y el segundo lugar en el mundo en innovación. Asimismo, el volumen de inversión de capital de riesgo que genera es similar o levemente superior al de toda la región latinoamericana.
Costa Rica está ante una oportunidad única para apalancar el fortalecimiento de su ecosistema de innovación con el apoyo del gobierno de EE. UU.
Así como se pudo emitir un decreto ejecutivo que declara la industria de los semiconductores de interés público, ¿por qué no ir más allá y proceder igualmente con la industria de la inversión de capital de riesgo?
Llegó el tiempo de actuar con firmeza en iniciativas que premien una actitud menos conservadora y más tolerante a los fracasos con miras a promover la innovación tecnológica, sobre todo cuando el país enfrenta la competencia de México, Colombia, Chile, El Salvador y hasta de Miami por convertirse en el hub de la innovación tecnológica de América Latina.
El autor es profesor de Emprendimiento y director del Centro Latinoamericano para Emprendedores en el Incae Business School.