El modelo cepalino toma Washington


En la década de los 50, la Comisión Económica para América Latina (Cepal) cuestionó, con base en investigaciones de, entre otros, Raúl Prébisch, Hans Singer y Celso Furtado, la conveniencia de anclar la participación en el comercio internacional a partir de la teoría de la ventaja comparativa y el libre comercio.

Desarrollaron la teoría del intercambio desigual para explicar el deterioro estructural de los términos de intercambio de aquellos países que de acuerdo con su ventaja comparativa se especializaran en la producción de productos agrícolas y materias primas.

De ahí surgió lo que se ha conocido como el modelo cepalino. Este consistía en promover la industrialización, dotando de rentabilidad la producción local de productos industriales previamente importados, por medio de proteccionismo arancelario y subsidios.

Así, los países latinoamericanos optaron por no esperar a que en algún momento las fuerzas del mercado y el libre comercio fomentaran su industrialización. En su lugar, acogieron los fundamentos del modelo de industrialización por substitución de importaciones (ISI) propuesto por el modelo cepalino.

Esa distorsión de las fuerzas del mercado y esa apuesta por la mano visible del Estado no fue desaprobada por Washington y las capitales occidentales. El comunismo se nutría de la pobreza más que de argumentos técnicos sólidos. Por ello, no solo no se miraba con malos ojos la propuesta desarrollista del modelo cepalino, sino que se le otorgó ayuda financiera.

Sin embargo, ante la crisis económica mundial de principios de los 80 y la llegada al poder de Ronald Reagan y Margaret Thatcher en Estados Unidos y el Reino Unido, respectivamente, las fuerzas que siempre habían creído en el libre comercio y la ley de las ventajas comparativas, apoyadas por el FMI y el Banco Mundial, promovieron la idea de que la crisis, por ejemplo, en Costa Rica, era culpa del modelo cepalino.

Un nuevo consenso se impuso, el de Washington, con indiferencia al hecho de que la crisis afectó a países ricos y pobres, muchos de los cuales nunca habían implementado las políticas del modelo cepalino.

En América Latina, aquellos que siempre buscan los sitios donde más les calienta el sol, muchos de los cuales habían sido proponentes y defensores del modelo cepalino cuando estaba de moda, de repente se convirtieron en asiduos defensores de la nueva moda: el neoliberalismo del Consenso de Washington.

En Costa Rica, los economistas más prominentes del PLN, en lugar de modernizar el modelo a la luz del exitoso pragmatismo intervencionista de los llamados tigres asiáticos, competían para ver cuál defendía mejor ese Consenso, evaporando de esa manera toda diferencia conceptual con la Unidad Social Cristiana.

China —en un contexto histórico diferente al latinoamericano— ha tenido éxito económico y social desde que llegó al poder Deng Xiaoping, con políticas económicas eclécticas, donde a la par del mercado y la empresa privada se han puesto en práctica estrategias semejantes al intervencionismo impulsado por el modelo cepalino.

Ha logrado tasas de crecimiento económico superiores a cualquier otro país y región, y ha sacado de la pobreza a más de 800 millones de sus habitantes.

Su economía, dirigida con preceptos ajenos tanto a la ortodoxia socialista como a la neoliberal, es tan competitiva que se ha convertido en una amenaza para la supervivencia de amplios sectores productivos de las principales economías occidentales. Por ejemplo, se ha apropiado del 75 % de la industria mundial de energías limpias.

Ante esa situación, uno habría esperado, dadas las prédicas del neoliberalismo, que Estados Unidos y Europa occidental hubieran eliminado todo resabio de proteccionismo e intervencionismo estatal, con el fin de derrotar, con la mano invisible del mercado, a una economía china enamorada de la mano visible del Estado.

Pero no ha sido así. Una vez más, las economías occidentales están apelando al proteccionismo y el intervencionismo del Estado para proteger sus industrias y sus mercados.

Así ha ocurrido en múltiples ocasiones. Tanto ante la crisis del 2008 como otras más recientes, en lugar de confiar en las fuerzas del mercado para que encaminen la economía se han invocado nacionalizaciones, subsidios y exoneraciones tributarias a industrias consideradas —por los políticos— como estratégicas.

Desde la administración Trump, Estados Unidos ha profundizado su desconfianza en la mano invisible del mercado para competir con China. El proteccionismo arancelario iniciado en ese gobierno ha sido profundizado por el presidente Biden, el cual recientemente impuso impuestos a las importaciones del 100 % a algunos productos.

Hoy ambos buscan votos disputándose galones proteccionistas. Además, con la Ley para Reducir la Inflación, entre otras, Estados Unidos está transfiriendo subsidios multimillonarios a empresas no seleccionadas por el mercado, sino por la burocracia y los políticos, con el fin de fomentar la producción local de bienes que están siendo importados.

La estrategia no dista de la que acompañó el modelo ISI. Pero esto no obedece a que en los corredores de poder de Estados Unidos se han infiltrado herejes cepalinos. La realidad es que las prédicas del libre comercio casi siempre han sido oportunistas y no técnicas.

Cuando se promovieron, fue con la intención de facilitar el acceso de los exportadores de ese país a nuestros mercados, no la de promover el desarrollo de los países pobres.

Estados Unidos y Europa han ido construyendo excusas para justificar su proteccionismo y las guerras comerciales contra la competitiva China: antier era el supuesto dumping; ayer, amenazas a la seguridad.

El último alegato es que China tiene sobrecapacidad productiva, lo cual, en palabras de la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, “puede terminar en grandes volúmenes de exportaciones a precios deprimidos”. Sin embargo, cuando China aún no era tan competitiva, más bien se le abrió el acceso a la Organización Mundial del Comercio (2001) y se le dio la bienvenida a su incorporación a las cadenas globales de valor agregado. Ello, a pesar de que la ideología china era la misma que la de hoy y sus apoyos a la producción local (dumping) eran aún más intensos.

No es la primera vez que el pragmatismo mercantilista dirige las políticas comerciales de Washington y las economías más desarrolladas. ¿Qué dumping, qué amenaza a la seguridad y qué sobrecapacidad productiva se han gestado en Costa Rica cuando Estados Unidos nos ha castigado con cuotas máximas a las exportaciones de carne y azúcar o cuando Europa protege a los agricultores de las Canarias con aranceles a nuestras exportaciones de banano? ¿Cuáles de esos factores —dumping, seguridad nacional, sobrecapacidad— explican los multimillonarios subsidios que esas potencias otorgan a su sector agrícola?

Entiendo las contradicciones entre las prédicas y la práctica provenientes de esos exitosos países; defender los intereses nacionales es la primera obligación de todo gobernante. Por lo demás, es del análisis de especificidades y del pragmatismo, y no de los dogmas neoliberales o socialistas, de donde se han nutrido las políticas tanto de los viejos países exitosos como de los nuevos (Singapur, la República de Corea, Taiwán, China).

Lo que nunca he entendido es cómo en nuestro terruño hay tantas personas que se han tragado el cuento, al punto de defenderlo como si fuera producto de su propia creación, y la extrema facilidad con la que cambian de discurso de acuerdo con lo que predique Washington.

Pero bueno, esa interesada volatilidad podría rendir frutos positivos. Ante el renacer del modelo cepalino en Washington (¿neocepalismo?) no me sorprendería que pronto escuchemos las mismas voces locales que promovieron el Consenso de Washington y defendieron a capa y espada el TLC, redactado por el gobierno de Estados Unidos, lisonjeando el proteccionismo y la interferencia del Estado en las fuerzas del mercado.

Lo que sí es seguro es que cuando las economías occidentales intentan competir con China, imitando su modelo distorsionador de las fuerzas de mercado, a los tecnócratas del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional y a los políticos de Estados Unidos se les terminó la condescendencia con la que han impulsado en el mundo políticas neoliberales y la ortodoxia del mercado.

Al igual que el fracaso de la Unión Soviética mostró el disparate del comunismo, ¿se afinca el neocepalismo en Washington porque el neoliberalismo ha sido otro disparate?

[email protected]

El autor es economista.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *