Editorial: Saludable cambio en el Reino Unido


El Reino Unido experimentó el jueves una profunda transformación electoral. Sus dimensiones son múltiples, pero dos destacan como fundamentales: la gran victoria parlamentaria del Partido Laborista y la monumental derrota del Conservador, la más humillante desde su fundación hace casi dos siglos. El viernes a mediodía, el rey Carlos pidió a Keir Starmer, líder del laborismo, formar gobierno. Poco tiempo después, asumió el cargo de primer ministro y se convirtió en el nuevo ocupante de su residencia oficial, en el 10 de Downing Street.

El cambio era esperado; también, necesario, y debe ser bienvenido. Tras 14 años de erráticos gobiernos conservadores, que aceleraron varios desafíos del país, Starmer y su renovado Partido Laborista ofrecen una hoja de ruta más responsable y confiable. Su apuesta de centroizquierda responsable, realista y moderna, se aleja de cualquier populismo y convierte al Reino Unido en un bastión de estabilidad europea.

Los laboristas contarán con 411 escaños en una Cámara de los Comunes de 650; un aumento de 214. Los conservadores se desplomaron de 373 a 121. El Partido Liberal Demócrata, de centro, obtuvo el mejor desempeño de su historia, con 71 asientos, y se consolida como tercera fuerza. El Reformista, de derecha dura y con un visceral discurso antimigratorio, entrará por primera vez al Parlamento, encabezado por su histriónico líder, Nigel Farage.

Su sólida mayoría permitirá a Starmer impulsar vigorosamente su programa de gobierno. Durante la campaña, se alejó de las promesas grandilocuentes o extremas típicas de su antecesor, Jeremy Corbyn. Un objetivo central será impulsar el estancado crecimiento económico y la anémica productividad. Esto implicará, entre otras cosas, mayor acercamiento al sector empresarial, tradicionalmente suspicaz del laborismo. Por el momento, su reacción al resultado electoral ha sido muy positiva.

Si logra avanzar en esta tarea, el nuevo gobierno creará condiciones para atacar retos de distintas dimensiones. Entre ellos están la crisis del Sistema Nacional de Salud, la reactivación de grandes proyectos de obras públicas congelados, la precariedad del financiamiento universitario, la escasez de vivienda en varias ciudades y los problemas en el suministro de agua y los servicios de alcantarillado. Por el momento existen serias limitaciones presupuestarias, y la capacidad de aumentar impuestos está casi agotada, dados los altos márgenes existentes. Por esto, Starmer ha tratado de atemperar las expectativas de soluciones inmediatas y ha dicho que el cambio apenas comienza.

Lo aguardan, además, dos retos muy sustanciales. Uno es el agudo descontento del electorado y su pérdida de confianza en políticos y gobernantes. El otro es el manejo de las relaciones con la Unión Europea.

Durante los gobiernos conservadores, fueron múltiples los hechos que generaron pérdida de credibilidad. Entre ellos estuvieron la campaña tan destructiva hacia el referéndum del 2016, que condujo al abandono de la UE, el pésimo manejo de la pandemia, los escándalos alrededor de algunos primeros ministros y su inepto manejo económico. Por esto, restaurar la confianza en el desempeño gubernamental será un proceso lento y difícil.

Sus casi dos tercios de representación legislativa, producto de un sistema electoral basado en circunscripciones unipersonales, dará a Starmer una sólida capacidad política para gobernar. Sin embargo, tras esos números existe una realidad mucho más compleja.

Los laboristas apenas lograron un 34% de la votación popular, pero su impacto fue maximizado por la pérdida de apoyo de los conservadores frente a los demócratas liberales y los reformistas, que los minaron desde el centro o la derecha en muchos de sus bastiones. Por otro lado, aunque el Partido Reformista obtuvo un insignificante número de escaños, logró un 14% del apoyo popular. Esto dará a Farage, su principal representante, una gran capacidad de maniobra política extraparlamentaria.

En la actualidad, cuatro años después de abandonar la Unión Europea, casi un 60% de los británicos consideran un error el brexit por el que optó el 51,89% en el referéndum. La razón está clara: ninguna de las promesas de quienes impulsaron la salida se ha hecho realidad y el impacto económico resultó muy grave. Por el momento no hay marcha atrás, algo que Starmer ha reiterado. Sin embargo, sí es posible, y necesario, dar mayor fluidez a las relaciones con la UE, sobre todo en el ámbito comercial.

La tarea por delante para el nuevo gobierno es enorme. El contexto en que deberá moverse incluye varios riesgos y desafíos. Sin embargo, la ruta es razonablemente clara y sensata; el control del Parlamento, contundente; los recursos y potencial del país, enormes. Todo esto augura mejores tiempos para el Reino Unido y Europa.

Keir Starmer, primer ministro británico, prometió cambios en el Reino Unido tras un obtener un respaldo absoluto, e histórico, en las elecciones de este jueves. Foto: Oli SCARFF / AFP

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