Editorial: Retroceso en la cultura de vacunación


El irresponsable coqueteo con los grupos antivacunación sigue pasando la cuenta y los llamados a pagar, desafortunadamente, son los niños. La medicina avanzó mucho desde la fecha de inoculación de buena parte de la población adulta, pero si hoy vivimos más, la explicación está en aquel cuadro de inmunización, quizá menos completo, pero indiscutiblemente eficaz.

Hoy, con la prueba caminando por las calles en persona de generaciones libres de polio y sarampión, para citar solo dos terribles flagelos del pasado, y con una ciencia médica mucho más avanzada que la de hace tres o más décadas, grupos dedicados a la pseudociencia y las teorías de la conspiración ponen en duda la eficacia de las vacunas y logran sembrar duda en algunos sectores de la población, sobre todo la menos cautelosa frente a la “información” difundida mediante las redes sociales.

El fenómeno cobró fuerza durante la pandemia de covid-19, cuando el milagro científico del desarrollo acelerado de las vacunas fue tergiversado para convertirlo en prueba de supuestas falencias producto de la premura. Pronto comenzaron a circular falsas versiones de efectos adversos y todavía hoy, después del freno puesto a la mortandad por la vacunación y los miles de millones de dosis aplicadas en todo el mundo, persisten los mitos creados entonces.

La desinformación y los temores no se circunscribieron a las vacunas contra la covid-19. A finales de la pandemia se comenzó a notar un fenómeno insólito en Costa Rica, donde la vacunación se había convertido en una práctica común, con la diligente persistencia del sistema de salud, los educadores y los padres de familia. Los encargados de la inmunización contra todo tipo de enfermedades comenzaron a notar resistencia en grandes sectores de la población. Los niños se ausentaban el día de la campaña y los padres utilizaban cualquier recurso para evadir la aplicación de las vacunas.

Antes de la pandemia, esos comportamientos eran extraños. A principios del 2019, cuando las autoridades anunciaron un brote de sarampión después de años de desaparecida la enfermedad de nuestro territorio, a nadie le sorprendió su origen en una familia extranjera. Un niño francés no vacunado, hijo de una pareja contraria a la inmunización, trajo el mal de regreso al país.

Un segundo brote, detectado poco después en Cóbano, también afectó a dos niños extranjeros, esta vez estadounidenses, hijos de una pareja de misioneros. Como resulta obvio, la reintroducción de la enfermedad al territorio nacional por víctimas extranjeras carentes de vacunas no es obra de la casualidad.

Ahora, el programa de vacunación contra sarampión, rubéola y paperas (SRP) ejecutado en los centros educativos por el Ministerio de Salud y la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) enfrenta, además de las dudas de los padres de familia, una campaña activa de grupos contrarios a la inmunización. En las últimas semanas, dice el último boletín epidemiológico, los directores de las escuelas han recibido audios y mensajes de texto contra el proceso y la resistencia se ha extendido a muchos padres de familia y educadores.

Los grupos contrarios a la vacunación nunca tuvieron fundamento científico para sus aseveraciones; sin embargo, lograron un sorprendente grado de respaldo político para sus pretensiones, como fue la desafortunada intervención de la exdefensora de los habitantes para ayudarles a entablar un diálogo con el entonces presidente Carlos Alvarado, quien declinó asistir, o el primer decreto de la presente administración, firmado el 8 de mayo del 2022, antes de ser redactado, para complacer exigencias de los grupos contrarios a la vacunación.

Este lunes inició la campaña extraordinaria de vacunación contra el sarampión, rubeola y paperas.

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