La primera vez que vi una pareja de mujeres felizmente tomadas de la mano estaba almorzando un cangrejo dulce y un frescoleche en el pretil de la Universidad de Costa Rica (UCR).
Era la hora del receso de mediodía en el campus. La plazoleta frente a Estudios Generales estaba llena de estudiantes que aprovechaban el rato para comer algo, terminar las tareas o conversar.
La aparición de las muchachas apagó el bullicio y generó un torrente de miradas. Pero ellas, conscientes de los tabúes de aquella época, habían decidido expresar con valentía su amor a plena luz del día.
Fue en ese mismo sitio donde muchas veces vi al entrañable Cotico (Fernando Coto Martén) tocar su carapacho y danzar en paños menores para manifestar su particular visión del mundo.
En los salones de clase y en las sodas, escuché también los más apasionados debates sobre ideología, política, ética, religión, corrientes culturales y movimientos sociales.
Así es como recuerdo a mi alma mater: diversa, pluralista, tolerante, crítica y pensante. Por eso, aplaudo el bellísimo gesto que tuvo la Universidad para resarcirse de un capítulo muy oscuro de su historia.
En días recientes, el Consejo Universitario celebró un acto público para ofrecer disculpas a 22 profesores y estudiantes que fueron presionados a abandonar la institución hace 75 años.
Después de la guerra civil de 1948, estas personas debieron dejar sus trabajos, sus estudios y hasta el país, debido a la cercanía de sus ideales con los del bando perdedor.
Sin duda, la represión de aquellos tiempos resulta diametralmente contraria a los postulados de libertad de cátedra, libre expresión y respeto que pregona esta casa de enseñanza.
Reparar una injusticia de este tamaño no es cosa fácil. Se requiere, en primera instancia, humildad para aceptar la equivocación y, en segundo lugar, voluntad para corregirla.
Afortunadamente, las autoridades universitarias tuvieron la valentía de saldar una deuda histórica con estas personas y con el propio prestigio de la institución.
Muchos de los agraviados no pudieron recibir en vida esta disculpa, pero la participación de sus familiares en el acto representa una señal inequívoca de reconciliación con el pasado.
Lo anterior nos demuestra que, si queremos, es posible desandar los pasos que nos llevan a la confrontación y la polarización como sociedad. El primer paso es aprender a respetarnos.
El autor es jefe de información de La Nación.