Desconocida fase eruptiva del volcán Irazú brinda claves para preparación futura


El reciente estudio sobre el ciclo eruptivo del volcán Irazú entre 1917 y 1921 revela que fue más intenso de lo que se pensaba, pues tuvo al menos 71 erupciones, algunas de ellas magmáticas en 1918 y 1919.

Mauricio Mora, científico de la Universidad de Costa Rica (UCR) y gestor del proyecto, destaca el aporte del estudio sobre cómo el país se puede preparar a la luz de lo ocurrido. Al observar las regiones a las que ha llegado el material en erupciones grandes, medianas y pequeñas, se pueden proyectar escenarios de riesgo para hospitales, aeropuertos, hoteles y demás estructuras construidas y las que se vayan a levantar en las zonas de influencia.

El análisis concluye que una actividad del Irazú en el presente siglo, similar a la de 1917-1921, podría generar un impacto significativo por las condiciones de desarrollo y vulnerabilidad actuales, en particular por la extensión de la mancha urbana del Valle Central hacia las faldas del Irazú.

Según el estudio las erupciones de 1918 y 1919 contenían lava fluida que quedó en la cima, es decir fue una fase claramente magmática de estromboliana a vulcaniana. Imagen: Mauricio Mora /RSN.

El análisis resalta la importancia del ordenamiento territorial y otras medidas para mitigar el impacto, basándose en la experiencia. El reciente trabajo revela que el volcán cartaginés ha tenido más erupciones de las que se creía y que a veces la memoria colectiva las olvida.

En cuanto a la escasa información oficial sobre este ciclo, Mora señala que al gobierno de Tinoco no le interesó establecer una comisión de investigación, ya que estaba más preocupado por otros asuntos, como obtener el reconocimiento de Estados Unidos a su mandato, lo cual no sucedió.

Aunque actualmente no se percibe actividad volcánica, el análisis de datos sobre las erupciones pasadas fortalece la capacidad de prever futuras actividades. Los autores sostienen que, aunque no hay indicios inmediatos de actividad, es probable que el volcán se reactive en algún momento, posiblemente de manera menos intensa que en 1723 o 1963, que históricamente se han registrado como las más potentes.

El estudio sobre la fase eruptiva del volcán Irazú entre 1917 y 1921, que abarcó casi dos años, fue financiado por la Universidad de Costa Rica y se publicó en abril en la Revista Geofísica Internacional de México.

Mauricio Mora, geólogo y sismólogo especializado en sismicidad volcánica, lideró la investigación, que incluyó la revisión de periódicos de la época, la transcripción de noticias y su registro en una base de datos. Utilizando esta información, así como los trabajos de científicos de la época como José Fidel Tristán y Ricardo Fernández Peralta, junto con algunos telegramas relacionados con las erupciones, se reconstruyó el ciclo eruptivo.

Giovanni Peraldo, geólogo e historiador, con énfasis en sismicidad y deslizamientos, analizó el impacto de la erupción y su relación con los acontecimientos históricos que opacaron en parte el fenómeno natural. Gerardo Soto, geólogo y vulcanólogo, especializado en historia de la geología, analizó ese proceso a la luz de sus investigaciones sobre espesor en los depósitos históricos de materiales eruptivos, para concluir con certeza que ese ciclo fue más pequeño que el de 1962 -1965.

Los informes de que la ceniza caía todavía ardiendo y la observación de incandescencia en el cráter, en ocasiones como chispas, así como las repetidas explosiones cada dos o tres minutos, hacen que los autores coincidan en que hubo erupciones estrombolianas en 1918 y 1919.

Los científicos de 1917 solo brindaban datos de un periodo corto, por lo que fue necesario revisar los diarios de esos años, que fueron vitales para completar el esquema e interpretar lo ocurrido. Incluso para ese tiempo, los periódicos citaban una erupción de 1723, la primera de la que se tiene registros en el Irazú, la cual fue documentada por Diego de la Haya, militar español que gobernó la entonces provincia colonial de Costa Rica de 1718 a 1727. En honor a él lleva su nombre uno de los cráteres de ese volcán, situado a 3.432 metros de altitud.

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