Cualquiera no puede, aunque piense lo contrario


Voces expertas coinciden en la fuerte crisis de liderazgo en las más altas esferas de la vida política, desde lo local hasta los entes internacionales y globales.

No en vano los populistas se han instalado en los puestos de elección popular en varios países, incluso en los grandes y poderosos, algunos donde exhiben una consagrada historia democrática y envidiables tasas de escolaridad.

Las razones del ascenso de personajes con narrativas populistas, mesiánicas, adanistas e incluso terraplanistas son motivo de estudio de miles de investigadores sociales alrededor del mundo.

Las conclusiones apuntan, entre otros motivos, al descontento con el establishment, debido a la percepción de corrupción, la falta de representatividad o la ausencia de políticas que atiendan las preocupaciones del pueblo.

Las crisis económicas, políticas o culturales que aumentan la desigualdad y la discriminación abonan a tales discursos que facilitan el arribo de cualquiera, mientras posea un poco de imaginación y creatividad, mucha confianza en sí mismo —efecto Dunning-Kruger— y apoyado por un equipo de expertos en efectismos, como mercadólogos, community managers, expertos en bots y troles, comunicadores sociales y, por supuesto, financistas de campaña.

Parte casi inherente del problema del ascenso de tales figuras que surgen de la nada, y que son tan difíciles de explicar, como una tortuga subida en lo más alto de un poste del alumbrado público, es que, para el ejercicio de un poder encontrado como sorpresa dentro de un gofio, recurren a personas sin las calidades mínimas necesarias para dirigir instituciones, entes o ministerios de gran complejidad.

No es de extrañar, entonces, que en pocos meses el cambio de ministros, viceministros y presidentes ejecutivos tenga un parecido a una mejenga, donde se sale del partido con la misma facilidad con que se entró.

Hemos visto una y otra vez el nombramiento de ilustres desconocidos, incluso por actores altamente involucrados en sectores específicos, en ministerios y viceministerios, o presidencias ejecutivas.

Pero más serio aún, es que el desconocimiento se produce en ambos sentidos, por lo cual los elegidos desconocen, casi por completo, los objetivos, propósitos, estructuras y composición del ente que van a dirigir. Sin embargo, se animan porque, al fin y al cabo, cualquiera puede. Si pudo aquel, ¿por qué no este?

Hace unos años, uno de mis mejores amigos, a quien le tengo un enorme cariño, me llamó sorprendido y casi asustado —lo intuí por la forma y el tono de su risa mientras me hablaba—, pues un ministro recién nombrado lo había llamado para entrevistarlo.

Quería darle el puesto de director de una oficina de suma importancia. Con todo respeto y cariño le dije: “¿Y qué vas a ir a hacer? Para ese puesto se requieren competencias y conocimientos que vos no tenés”. Al final, agradeció la confianza al jerarca y a mí, por la sinceridad.

No tuve que recordarle que el primer acto de corrupción de un empleado es aceptar un puesto para el cual no está capacitado.

No obstante, con una facilidad que espanta, gente sin la más mínima capacidad se deja seducir por las mieles del poder, la pasarela y, quizá, por el dinero y los beneficios que el puesto trae aparejado. Total, cualquiera puede. Si me lo piden, si me lo ofrecen, debe ser porque sí puedo.

Algunos estarán conscientes de que no pueden, por tanto, no deben, pero aplican aquello de “entre que lo haga otro y lo haga yo, prefiero que sea yo y me paguen a mí”. Otros, tal vez un poco ingenuos, creen fehacientemente estar capacitados; incluso pensarán que más bien se lo están reconociendo muy tarde.

No hay una sola administración, que yo recuerde a mis casi 55 años, en que no se discutiera la idoneidad de fulano o zutana para un puesto, tanto en el Ejecutivo como en el Legislativo, o en los gobiernos locales.

La actual, sin duda, está dispuesta a batir récords de despedidos o invitados a renunciar: una especie de correte, cual soda de pueblo con una sola banca larga para sentarse en la mesa.

Los ejemplos de falta de idoneidad, causada por la ausencia de conocimiento técnico y manejo político del área, de las intrincadas relaciones con los demás sectores, con los ecosistemas propios atinentes al puesto, tanto en lo local como en lo internacional, son numerosos y notorios.

Cada uno tendrá sus propios candidatos a integrar esta ingrata lista; así, algunos apuntarán a Educación, al MOPT, a Salud, a Seguridad, etc. No extraña que las mentadas “rutas” del gobierno no hayan pasado de las palabras y provoquen dudas de su existencia en el papel o, cuando menos, en la pizarra de alguna oficina.

Les dejo una joyita para ilustrar este artículo. Juan Manuel Quesada, presidente del AyA, en una conferencia de prensa, afirmó: “En estas condiciones, donde los caudales se han reducido hasta en un 85 %, es imposible abastecer el agua 24/7, por eso me parece desproporcionado hacer un llamado a una manifestación para pedir agua. Es como que yo, en este momento, me junte con mis dos compañeros técnicos y exijamos que mañana la luna salga en el día y el sol salga en la noche. No se puede. Bajo los efectos del fenómeno de El Niño, es totalmente imposible garantizar el agua 24/7″.

Las palabras sobran. Recordé algunos aforismos que expresaba mi mamá en estos casos, pero quizás no sea políticamente correcto escribirlos. Definitivamente, no cualquiera puede, así como también está claro que, como dije antes, lo que tenemos no es lo que hay.

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El autor es médico veterinario, profesor de Epidemiología en la UNA y la UCR. Ha publicado aproximadamente 140 artículos científicos en revistas especializadas.

Con una facilidad que espanta, gente sin la más mínima capacidad  se deja seducir por las mieles del poder.

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