‘Bullshit’ y populismo | La Nación


Lo que le importa a una persona o le parece relevante refleja su carácter. Así, si una le da gran valoración a su apariencia física y a otra le interesa el bienestar de su familia, revelan algo notable sobre sus caracteres.

Si se toma el conjunto de las cosas que se consideran prioritarias porque se les dedica tiempo, energía y esfuerzo, es posible formarse una buena idea del carácter moral.

Sobre esto y otros aspectos relacionados escribió abundantemente el filósofo norteamericano y profesor emérito de Princeton Harry Frankfurt.

En 1986, Frankfurt publicó un ensayo intitulado On Bullshit. La palabra bullshit es usada frecuentemente en inglés, y el diccionario la define como hablar tonterías, generalmente, con la intención de engañar o persuadir.

Frankfurt analizó el término y, en síntesis, redefinió bullshit como el discurso cuya intención es persuadir, pero sin ninguna consideración por la verdad. Por esto, hizo la distinción entre mentiras y bullshit.

El que miente tiene presente la verdad y la niega, la ignora o la distorsiona, y debe hacer un esfuerzo para mentir consistentemente. El bullshitter, o quien usa bullshit en su discurso, no tiene ninguna consideración por la verdad, no le importa si lo que dice es verdad o mentira; está motivado por persuadir para lograr sus fines mediante una retórica con la cual busca manipular a las personas.

En este sentido, el bullshitter es más peligroso que el mentiroso, porque este último sabe lo que es verdad, lo reconoce y miente acerca de lo que es consciente que es verdadero.

El bullshitter desprecia cínicamente la verdad, no reconoce su existencia y su trascendencia. El desprecio por la verdad lo hace más peligroso porque erosiona el principio cívico de confianza y la presunción de integridad en la comunicación.

No tenemos una traducción exacta de bullshit al español en una sola palabra. Hay expresiones que incorporan el lenguaje soez para referirse a algo parecido, como cuando en Costa Rica decimos (en otros términos) que lo que alguien ha dicho es escatológico.

Sin embargo, esa expresión no captura el sentido de bullshit, porque al expresarse tiene múltiples significados, desde hablar estupideces hasta decir lo que no es cierto. Ser bullshitter, en el análisis de Frankfurt, por el contrario, tiene una connotación muy específica: quien habla desdeña la verdad y, además, lo hace sin vergüenza.

Aunque es probable que el bullshit haya estado presente siempre, se ha hecho más común en nuestros días, particularmente, en el discurso político. Los ejemplos abundan.

Donald Trump, cuando era candidato a presidente, estaba bullshitting cuando prometió construir el muro en la frontera sur, a sabiendas de que no podía ni iba a levantarlo; o cuando afirmó, sin prueba alguna, que había perdido la reelección por fraude electoral y azuzó a las turbas que luego asaltaron el Capitolio.

Más recientemente, afirmó que la Biblia es uno de sus libros favoritos.

Trump no tiene ninguna consideración por la veracidad de sus declaraciones, solamente quiere manipular a la gente para satisfacer sus aspiraciones megalomaníacas.

En nuestro país, el presidente Chaves, durante la campaña, no pudo ser más enfático al prometer erradicar la corrupción en su gobierno, lo cual sonó maravilloso al electorado. Sin embargo, algunas acciones podrían ponerlo en entredicho, un ejemplo es el contrato diseñado, según él, a la medida de Meco.

Prometió total transparencia en el ejercicio de su función y el Consejo de Gobierno abierto a la prensa y al público, pero es el mandatario que ha ejercido mayor control de la información que sale de la Casa Presidencial. Un informe reciente del Departamento de Estado de los Estados Unidos señala que el actual gobierno limita significativamente el acceso a la información pública.

Hace pocos días, Chaves intentó culpar a la Contraloría por el retraso de proyectos claves para Limón, y hoy sabemos que fue un argumento para capitalizar el descontento de la población limonense.

Cuando se le confronta, descalifica, insulta o ignora la confrontación sin mostrar pena. Emula a Donald Trump, pero con menos éxito.

Su línea de argumentación preferida, al igual que Trump, es ofender o desacreditar a todo aquel que señale sus inconsistencias, infundadas denuncias, tergiversación de la información (a la contralora Marta Acosta, a los diputados Eliécer Feinzag y Gloria Navas al momento de escribir este artículo) y, por supuesto, a los periodistas y funcionarios que no son sus lacayos.

La única bronca que se ha comprado es con la prensa independiente que informa sobre su gestión.

La retórica sin vergüenza del bullshitter político refleja la carencia de una espina dorsal moral; es más bien un nematodo de valores efímeros, que se contorsiona según su conveniencia y fines de engrandecimiento personal y poder político.

Lamentablemente, se ha vuelto el superpoder de los populistas autoritarios contemporáneos (Erdogan, Trump, Bolsonaro, Chaves, Milei). Esta forma de bullshit, como la redefinió Frankfurt, hipnotiza a grandes sectores de la población con promesas y posiciones grandilocuentes, adobadas con testosterona que desvela, tristemente, la persistencia de un machismo añejo que pervive en muchos hombres y mujeres.

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El autor es psiquiatra, especialista en niños, adolescentes y salud pública, y miembro de número de la Academia Nacional de Medicina.

'Bullshit' es una palabra usada frecuentemente en inglés que el diccionario define como hablar tonterías,
generalmente con la intención de engañar o persuadir.

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