Las ganas de ganar de España, el miedo a perder de Inglaterra | Eurocopa Alemania 2024



Ha sido la Eurocopa de España, desde su debut contra Croacia hasta la final ante Inglaterra, con salida y llegada en Berlín. No ha habido un solo partido en que la selección no haya sido la referencia del torneo por su fútbol y también por sus jugadores, ganadora de partidos de entretiempo y de desafíos trascendentes, elogiada por su juego asociativo y por la brillantez individual de juveniles como Lamine Yamal y Nico Williams. El optimismo de los jóvenes ha sido contagioso para un equipo solidario y expansivo que siempre jugó liberado, sin más presión que la suya propia, movido por el deseo de ganar, como si actuara de espaldas al marcador y fuera inmune a la derrota, nada que ver con Inglaterra. La final de la Eurocopa suponía a fin de cuentas la cumbre de una trayectoria iniciada con el europeo sub-19 de 2015, el europeo sub-21 de 2019, la plata olímpica de Tokio 2020 y la Liga de Naciones de 2023.

El motor de la España de De la Fuente ha sido el juego en equipo, o en familia —como cuentan los futbolistas—, para explicar que se trata de disimular entre todos los defectos y poner en evidencia a los críticos que sostienen que sin un delantero centro goleador y dos centrales de categoría no se puede avanzar en un torneo como la Eurocopa. Todo tiene sentido desde la gremialidad para un equipo que se despliega con la racionalidad de Rodri o Zubimendi, la omnipresencia de Fabián, el saber estar de Olmo y el sufrimiento de Morata. Nombres comunes y también gente de una gran calidad humana y futbolística, excelentes en lo obvio del juego más que en lo comercial —por no hablar de lo superfluo—, y por tanto convencidos de que para ganar se trata de hacer bien las cosas e ir a por el partido sin temor, convencidos del éxito como ha sido norma en la Eurocopa.

Inglaterra, en cambio, ha sido presa del miedo a perder hasta llegar a Berlín. Los goles han dado fe de su capacidad de supervivencia desde su llegada a Alemania. Nadie se acuerda de sus partidos, y menos de su juego, sino de sus goles: aquella chilena de Bellingham en el tiempo añadido contra Eslovaquia, el tiro de media distancia de Bukayo Saka para alcanzar la tanda de penaltis ante Suiza, el remate cruzado de Watkins que doblegó a Países Bajos o el disparo de Palmer con España. Viajó por el torneo de gol en gol, motivada desde la inferioridad, cuando se sabía eliminada, y por el contrario paralizada por su condición de favorita, incapaz de imponer colectivamente la suma de sus individualidades, la mayoría figuras de clubes como el Manchester City, el Arsenal, el Liverpool o el Madrid. El Madrid ha sido precisamente su referencia para justificar su manera de jugar y también de ganar hasta enfrentar a España.

A los ingleses ya no les está permitido perder, demasiados años espectadores del fútbol que inventaron desde que por una vez salieron campeones del mundo en 1966, esclavos también de un gol de Hurst, que más que la jugada del torneo pareció una concesión al anfitrión del Mundial. Han sido los rivales perfectos de victorias históricas como la de Argentina de Maradona en la Copa del Mundo de México 1986 o la de Alemania en 1990 cuando Gascoigne rompió a llorar en Turín o la de España en Alemania. La historia de Inglaterra está tan llena de villanos que sus aficionados al fútbol han dado muchas vueltas sobre cómo debe ser su héroe después de sospechar también de Kane, el goleador infinito, ganador de la Bota de Oro y sin embargo incapaz de ganar la Bundesliga con el Bayern Múnich. Así se explica la confianza de la federación en Southgate, dos veces finalista de la Eurocopa, y en ambas derrotada, en Inglaterra y en Alemania.

El seleccionador siempre se ofreció desde la discreción como el malo de la película para poner a salvo a futbolistas afamados como Foden, Bellingham o Kane. Ninguno sobresalió en Berlín. Kane fue sustituido mientras que Bellingham corrió la misma suerte como madridista que Modric, Kroos, Mbappé o Lunin. La fuerza del Madrid está precisamente en su camiseta, en su escudo y en la leyenda de Alfredo Di Stéfano. Inglaterra se quedó encantada en el castillo de Blankenhain y aplaudió el triunfo de España en un partido dificilísimo, al que no pararon de dar vueltas hasta ganarlo por dos veces, la última al final y definitiva, después de que los ingleses se felicitaran por el 1-1. El acecho al marco de Pickford fue tan contundente como la defensa de la portería de Unai Simón en una última jugada defendida por Dani Olmo.

Los internacionales españoles nunca han dejado un partido a medias o por imposible, sino que tienen una fe ciega en el colectivo y en su catálogo de recursos, personificados muy a menudo en Lamine Yamal y Nico Williams. Ambos fueron decisivos, para cantar un triunfo que España mereció más que nadie en Alemania. La presencia de Inglaterra sirvió más que nada para avalar el triunfo del plantel de De la Fuente. Al igual que ocurrió con los futbolistas, la figura del seleccionador se agrandó en el campo de entrenamiento, en las alineaciones y con los cambios, algunos cuestionados antes de que finalizaran los partidos, antes de que acabaran bien, como pasó anoche con el tanto decisivo de Oyarzabal cuando el encuentro caminaba hacia la prórroga en el estadio de Berlín.

Los españoles, sin embargo, nunca fueron conformistas ni especuladores sino que buscaron la victoria con grandeza ante la áspera y finalmente derrotada Inglaterra. Un triunfo histórico después de ganar los siete partidos en disputa, doblegar a rivales campeones del mundo como Italia, Alemania, Francia y finalmente Inglaterra y ser la primera en lograr cuatro Eurocopas. La importancia no solamente está en el título sino en el modelo de juego encontrado después del extravío vivido desde la Eurocopa de 2012. Vuelve el equipo a la senda triunfadora iniciada en 2008 con una autoridad incuestionable a nivel global e individual, admirada por sus ganas de ganar, nada que ver con el miedo a perder de Inglaterra.

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