Cecilia Ansaldo Briones: El riesgo de las mujeres | Columnistas | Opinión


Uno de los habituales consejos de tiempos precarios es el de vivir día a día, sin contar con el porvenir. Pero la contradicción fija radica en observar que la inmediatez es peligrosa, que hay que refugiarse y preservar. En este meollo viven las mujeres, hoy más que nunca. Mi generación, consciente de la senectud, me bombardea con mensajes optimistas y apela al disfrute del presente; la gente más joven duda de que el país le dé la oportunidad de jubilarse. Estas son, en realidad, menciones que valen para todos.

Basta mirar titulares para aceptar que las mujeres tienen cargas específicas: niñas y adolescentes que desaparecen para nutrir la horrenda trata de blancas; muchachas y mujeres de toda edad asesinadas por sus parejas; púberes embarazadas por sus familiares; rehenes femeninas violadas infinidad de veces en las abominables guerras; madres abandonadas con varios hijos por mantener; mujeres prohibidas de estudiar, salir a la calle y obligadas a casarse en la infancia, en países orientales.

Todas estas lacras sociales se desprenden del carácter sexuado del cuerpo de la mujer, son producto de la apetencia histórica por la posesión de una estructura física que produce placer, concibe y alumbra. Había que retenerla para alcanzar la seguridad de que los hijos eran del varón dominante, teorizar sobre la virginidad para que la desfloración también fuera parte de un concepto del honor y la familia. Y en esas vías se ha caminado largo y tendido hasta que la posmodernidad y el feminismo fueron iluminando a la humanidad para reconocerle las libertades políticas y sociales que ha defendido para los hombres.

Sin embargo, no existe una mujer que no haya pensado en el fantasma de la violación, que no haya desconfiado de halagos que podrían esconder aviesas intenciones. Las niñas crecen oyendo lo peligroso que es recibir gestos de un desconocido o que no deben ir solas a un baño público. A las fiestas nocturnas se asiste solo si es de ámbito próximo y cada una debe velar por la sanidad de sus bebidas. Sé de padres atormentados de preocupación cuando mandan a sus hijas (e hijos) a estudiar al extranjero, sobreponiendo la conveniencia educativa al cuidado directo de esas hijas que siempre estarán mejor bajo la mirada familiar (es lo que se piensa).

Hoy, que el mundo literario se revuelve con la noticia de que la hija de la recientemente fallecida Alice Munro, Premio Nobel de Literatura, ha develado abuso sexual seguido de parte de su padrastro, desde los 9 años de edad hasta su adolescencia, y que cuando mucho después se lo contó a su madre, ella solo pudo reponer que “amaba mucho a su marido”, reina la decepción y se orientan los lectores a la crítica y hasta a la cancelación. Ya es imposible apoyarse en viejos esquemas de tolerancia. La sororidad debe fluir en la sangre de las mujeres y disponerlas a denunciar cualquier huella de conducta patriarcal, cualquier signo de abuso en la palabra del padre autoritario o del amante manipulador. Cuando se trata de una institución respetable como el Ejército ecuatoriano, que no procede rectilíneamente en el caso de la soldado Aidita Ati, violada y asesinada dentro de un cuartel, el escándalo es mayor. Esperamos una investigación en firme y unos resultados que ejemplifiquen que la violencia contra las mujeres se castiga. (O)

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