Dando y dando, pajarito volando | Cartas al Director | Opinión


No sé si por suerte o por alguna bendición nunca he sido empleado público. Hace mucho tiempo fui contratista en ciertos proyectos específicos que son otra cosa. Hasta fui delegado del presidente de la República en un directorio donde me pagaban viáticos. En realidad, no tiene nada de malo ser empleado público, pero lo mejor es ver los toros desde lejos.

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Quizás mi aversión a la función pública se remonta cuando hice un trabajo para el Estado a los 14 años y me fue mal. Tenía cierta habilidad para el dibujo y en las vacaciones aprendí a grabar unas placas que tenían diversos usos. Le propuse a mi colegio rotular las repisas de la biblioteca y lo aceptaron. No me dieron anticipo, hice el trabajo a satisfacción, pero no podían pagarme porque era menor de edad. Por suerte apareció ‘un ángel’, firmó los comprobantes y todo se solucionó.

Camisetazos, ineficiencia y excusas

Ese pequeño inconveniente –muy sano y comprensible en esa época– evolucionó de manera perversa hasta corromper y complicar los pagos a los contratistas en la función pública. También instituyó el ‘dando y dando, pajarito volando’ como decía hace años un funcionario público al pagar las planillas a los contratistas.

Ricardo Morales Vela es designado defensor público por el Consejo de Participación Ciudadana

Ahora, los servidores públicos son una casta laboral llena de privilegios y sus contratos colectivos son tan exagerados que no se dan en ninguna parte del mundo. Lo correcto sería que se unifiquen los beneficios para todos los servidores públicos y privados, porque somos iguales ante la ley. Cuidado salen con la cantaleta de que son derechos irrenunciables. (O)

Carlos Luis Hernández Bravo, ingeniero civil, Samborondón

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