Se acabó la paz. Llegó el murmullo, la cola, The Queue, las fresas, los Pimm’s, el blanco nuclear, las flores, los sombreros, el verde perfectamente rasurado. Todo aquello que hace Wimbledon tan fascinante. Todo tan perfecto, hebras a ocho milímetros. El distrito 19 de Londres amanece este lunes a pleno rendimiento —denuncia voz en alto la señora envuelta en una bandera de Palestina, mientras desciende por Church Road hacia el club— e irrumpe impoluto el último campeón. Entre tanto encanto y toda la fascinación, onírico escenario, Carlos Alcaraz pone el pie en la Centre Court y vuelve exactamente como se fue hace un año: victorioso, feliz, disfrutón. Le vale con ir a medio gas, aunque encuentra una sorprendente exigencia: 7-6(3), 7-5 y 6-2, en 2h 22m. Prolífica puesta en escena ante el estonio Mark Lajal, quien juguetea con la raqueta y colabora para que sea ameno; puestos a caer, piensa con ese instinto de la Generación Z, mejor pasándoselo bien. Así que se divierten.
Tienen 21 años (2003 los dos) y su ánimo les empuja a intentar entretener. Poco le hace falta al murciano para arrancar suspiros y el rival no desmerece la ocasión, porque no se ha visto en otra igual —seis partidos en la élite, más derrotas (4) que triunfos (2)— y trata de estar a la altura; al fin y al cabo, no todos los días se abre un torneo como Wimbledon y no hay demasiadas oportunidades de jugar contra Alcaraz, que en términos competitivos aprieta lo estrictamente necesario. Con un par de oportunos acelerones es suficiente. Al ralentí, que esto es largo; pero sin confiarse. Resuelve el primer parcial con un demarraje certero en el desempate y recupera otra vez el terreno concedido en el segundo con una rotura en blanco y otro empentón que devuelven a Lajal (269º del mundo, diestro, considerable plante) a la realidad. El tercero cae directamente hacia su lado a las bravas, simple inercia natural; mismo espíritu hedonístico, dos mundos diferentes a la hora de competir.
Lo aplaude David Beckham desde la primera línea del Royal Box, envuelto el Sir en su elegante traje tostado. Sabe algo el inglés —pie derecho en forma de banana— de parábolas imposibles, de curvas pronunciadas y de efectos, y agradece los detalles artísticos que escupe de vez en cuando el cordaje del español, delicado a la hora de volear pero contundente en la ejecución desde el fondo. Prioriza esta vez la practicidad, es una primera ronda amable. Pero siempre hay detalles. ”El salvador del tenis (que todavía vive con su madre)”, le califica el magacín del Sunday Times, subrayando la excepcionalidad de un tenista que escapa al tedioso pim-pam-pum que ha ido adueñándose del presente. Así que él gira la muñeca y tira la dejada, y la pelota cae a cámara lenta sobre el césped mullido, ya quisiera Wembley, todavía sin calvas en los fondos. Va esto de trayectorias, y reacciona el público boquiabierto cuando el revés cortado traza una deliciosa diagonal de arriba abajo, fulminante.
Tiene el tenis de Alcaraz esos toques tan pictóricos y también algo de científico; la ingravidez, esos escorzos elásticos al resto en los que contorsiona el tronco como si fuera de goma, o el vertiginoso viaje giratorio de la bola cuando aplica la palanca como un latigazo. A todo gas, cuando quiere. Viene la familia de Lajal del mundo del motor y el estonio, contaba estos días, admira la voracidad de Verstappen y el vértigo de la Fórmula 1, de modo que sigue disfrutando pese a que a la hora de la verdad, el murciano le niegue, de nada sirven esos dos 0-40 porque poco consigue. No se descuelga el estonio, que no es poco. Está aquí para saborearlo y el público agradece el arrojo, el insistir y el ir al choque, sin complejos. Nuca y sienes rasuradas, corona de rastas como la cornamenta de un reno, se marcha ovacionado y Alcaraz —contra Ofner o Vukic en la segunda estación— se suma al aplauso porque el tenis no deja de ser un mero juego y, reza su manifiesto, nada tiene demasiado sentido si no hay algo de divertimento de por medio.
Puedes seguir a Mentiras.net en Facebook y X, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.