El reciente impulso del G7



Los grandes desafíos tienden a producir solidaridad entre quienes los comparten desde perspectivas comunes. Las diferencias se postergan, diluyen u ocultan; prevalece la búsqueda de opciones comunes y se allanan los acuerdos.

Esta es una forma de “leer” la dinámica que prevaleció en la reciente reunión cumbre del Grupo de los 7 (G7) y explicar los acuerdos que lograron concertarse en ella. La implementación será más compleja que las decisiones, pero sin estas solo habrá parálisis.

A retos globales recurrentes se añadió, en esta oportunidad, un conjunto de circunstancias nacionales inquietantes.

Salvo la anfitriona, Giorgia Meloni, primera ministra italiana, los demás gobernantes que se reunieron el pasado fin de semana en Apulia, al sur de su país, enfrentan dinámicas políticas poco optimistas.

Joseph Biden (Estados Unidos) puede perder la reelección frente a Donald Trump. Emmanuel Macron (Francia) sufrió una derrota aplastante en las recientes elecciones al Parlamento Europeo frente a la extrema derecha de Marine Le Pen y convocó a elecciones legislativas anticipadas con pronóstico inquietante.

A los tres partidos que componen la coalición de Olaf Scholz, incluido su Socialdemócrata, los superó Alternativa por Alemania, de estridente y corrosiva derecha.

Los conservadores de Rishi Sunak (Reino Unido) se encaminan hacia una derrota histórica frente a los laboristas. Y tanto Justin Trudeau (Canadá) como Fumio Kishida (Japón) están en sus niveles más bajos de popularidad.

La Unión Europea, que desde hace años asiste por derecho propio, representada por los presidentes de su Comisión (en la actualidad Ursula von der Leyen) y Consejo (Charles Michel), está sumida en la tarea de asimilar los resultados de sus parlamentarias y escoger el elenco que la dirigirá durante los próximos cinco años.

En cambio, Hermanos de Italia, de Meloni, que representa una extrema derecha menos dura y europeísta, hizo un buen papel, aunque la centroizquierda le pisó los talones.

En estas condiciones, se produjo un ímpetu natural a buscar el éxito del encuentro.

Esto fue particularmente importante en el caso de Biden y Estados Unidos. Un triunfo de Trump no solo pondrá en alto riesgo los fundamentos de la democracia estadounidense, sino también de su alianza con Europa, Japón, Corea del Sur, Australia y otras democracias.

Por esto, todos los participantes, además de buscar éxitos de los cuales apropiarse, tenían interés en darles una buena plataforma para presentarse a los electores el 5 de noviembre.

Aquí entraron los grandes desafíos compartidos y acuerdos logrados en el ámbito geopolítico.

El más relevante fue la decisión de otorgar un crédito por $50.000 millones a Ucrania, que se cancelará con los intereses generados por los activos financieros rusos retenidos en Occidente. Comenzará a desembolsarse hacia finales del año y se destinará, esencialmente, a la defensa y reconstrucción del país invadido.

Además, se adoptó el compromiso de incrementar la producción y el envío de suministros bélicos a las fuerzas ucranianas, y de implementar sanciones contra los países que apoyan materialmente la maquinaria de guerra rusa.

Entre estos, el más relevante es China. Al contrario de Corea del Norte e Irán, no provee equipos y municiones al régimen de Vladímir Putin; sin embargo, ha acrecentado sus exportaciones de vitales suministros y tecnología “duales”, con usos tanto civiles como militares, y algunos de sus bancos han servido de puentes para financiar el esfuerzo bélico.

El acuerdo de “continuar tomando medidas contra actores en China y terceros países que apoyan materialmente la maquinaria bélica rusa” es una clara advertencia al respecto. Al emplear la palabra “actores”, no gobiernos, los dirigentes del G7 decidieron optar por un enfoque acotado.

Además, reconocieron la relevancia económica china, pero advirtieron sobre dos temas en los que Pekín ha adoptado agresivas políticas: obstáculos a la libre navegación en la región indopacífica y el uso de medidas que afectan la igualdad de condiciones en el comercio internacional.

La apertura hacia el llamado “sur global” fue mayor que en otras ocasiones. Entre los diez gobernantes invitados de ese dispar conglomerado, estuvieron Javier Milei y Luiz Inácio Lula da Silva, quien, además, funge como presidente pro tempore del G20.

A esto se añadieron importantes gestos de apertura a África, terreno de gran competencia con China y Rusia. El apoyo al desarrollo sostenible y la creación de valor local y la gobernabilidad democrática estuvo acompañado de iniciativa conjunta para la generación energética en el continente y el fortalecimiento de la seguridad alimentaria global.

La condena a los ataques terroristas de Hamás contra Israel, el reconocimiento a su legítima defensa, la exigencia de que cumpla con sus obligaciones bajo el derecho internacional y el apoyo a la solución de dos Estados obtuvieron consenso, y superaron otras diferencias.

Cambio climático, inteligencia artificial y migración también estuvieron en la mira. Y la presencia del papa Francisco añadió una dimensión desusada.

El balance que acabo de reseñar podría desdeñarse con las justificadas suspicacias que despiertan este tipo de cónclaves. Pero la realidad es que hubo importantes acuerdos para obtener avances. Cómo incidirán en el terreno dependerá de múltiples variables, pero, al menos, las activadas por la cumbre del G7 abren buenas rutas. Cuánto se mantendrán, es otra cosa.

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El autor es periodista y analista.

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