Editorial: Nuevos aires para Ucrania


Recientes decisiones de sus aliados, dinámicas en el campo de batalla e impulsos a sus gestiones diplomáticas han infundido un nuevo y necesario aire a la lucha de Ucrania frente a la invasión rusa. Su situación aún es precaria en el ámbito militar, financiero e, incluso, psicológico. Sin embargo, el pesimismo que prevaleció hace pocos meses, cuando parecía imposible detener nuevas ofensivas rusas al nordeste del país, ha dado paso a un razonable, pero aún contenido, optimismo.

El martes y miércoles de esta semana se celebró en Berlín la tercera Conferencia Internacional para la Reconstrucción de Ucrania. En ella, más de una decena de delegaciones oficiales, junto con varias del sector privado, se comprometieron, entre otras cosas, a canalizar créditos para pequeñas empresas, impulsar más hermanamientos de ciudades, emprender programas para la formación laboral y canalizar recursos para la reconstrucción del sector energético ucraniano, gravemente dañado por bombardeos rusos.

Una nueva ronda de sanciones impuestas el miércoles por Estados Unidos al sistema financiero de Rusia tuvo fuerte impacto inmediato en su mercado cambiario y monetario. Es probable una pronta “nueva normalidad” en ese ámbito, pero ella traerá mayores dificultades y costos para las importaciones y exportaciones. A mediano y largo plazo, el efecto en la “economía real” será significativo y reducirá la capacidad de producción bélica.

El jueves, Estados Unidos y los demás países integrantes del G7 —Alemania, Canadá, Francia, Italia, Japón y el Reino Unido— acordaron, durante su cumbre en la costa adriática italiana, otorgar un crédito por $50.000 millones a Ucrania.

El monto lo desembolsarán de manera conjunta, en proporciones aún no definidas, y será cancelado en el tiempo mediante los intereses generados por cerca de $300.000 millones de activos financieros rusos retenidos en Occidente, la mayoría en Europa. El préstamo comenzará a desembolsarse a finales del año y será utilizado para tres propósitos: refuerzo militar, apoyo presupuestario y reconstrucción del país.

En el contexto de la cumbre del G7, los presidentes estadounidense y ucraniano, Joe Biden y Volodímir Zelenski, firmaron un acuerdo de seguridad por diez años, mediante el cual el primero se compromete a que su país continúe el suministro de armamentos y ofrezca apoyo en inteligencia, tecnología y otros ámbitos necesarios para la defensa.

Existen grandes inquietudes sobre qué pasará si Donald Trump gana la presidencia y en qué medida el Congreso estará dispuesto a desembolsos adicionales. Aun así, la importancia práctica y simbólica del compromiso es enorme. Además, se une a más de una decena de otros convenios de seguridad firmados por Ucrania con otros países, entre ellos Francia y Japón.

El viernes, la Unión Europea alcanzó un acuerdo de principio sobre los marcos de negociación para la adhesión de Ucrania y Moldavia a la UE, una señal indiscutible de su compromiso con el asediado país. Además, este fin de semana se reúnen en Suiza alrededor de 80 delegaciones nacionales de alto nivel, con el propósito de discutir la visión ucraniana sobre las condiciones que conduzcan a la paz. Como corresponde, Rusia no fue invitada, y esto hizo que Arabia Saudita, Brasil y China declinaran participar. Es lamentable, pero no impedirá lograr algunos avances diplomáticos favorables al gobierno de Zelenski.

Este conjunto de iniciativas coincide con una pérdida de ímpetu de la ofensiva rusa desatada hace pocos meses, sobre todo contra el nordeste de Ucrania. Inicialmente tuvo importantes avances, especialmente por falta de suficientes armamentos y tropas de los defensores. Sin embargo, con una nueva afluencia de pertrechos, sobre todo enviados por Estados Unidos, la situación está cercana a la estabilización, aunque las posibilidades de nuevas y brutales incursiones no pueden descartarse.

El viernes, Vladímir Putin planteó una serie de exigencias para frenar el conflicto. Las principales son el retiro de las tropas ucranianas de todos los territorios que Rusia reclama como propios (más del 15 % del territorio), el abandono de los planes para incorporarse a la OTAN, la gran alianza occidental, y el fin de las sanciones a la economía rusa. Se trata de condiciones inaceptables, en particular las dos primeras, y así lo han declarado los agredidos. Por esto, todo indica que su iniciativa fue, simplemente, parte de un esfuerzo para debilitar la conferencia de paz en Suiza.

Comparados con la situación de Ucrania hace apenas un mes, los cambios recientes, además de ser fuentes de apoyo fundamentales para mantener su soberanía e integridad territorial, reflejan la profundidad del compromiso occidental con su capacidad de resistir, reconstruirse y poder integrarse plenamente al concierto de naciones democráticas europeas. El camino es largo y difícil, pero no imposible.

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