Las lecciones del dolor | La Nación


El 16 de octubre de 1859, José María Castro Madriz, durante la sesión inaugural de la Asamblea Nacional Constituyente, manifestó que el presidente provisional José María Montealegre Fernández iba a emprender una tarea que para desempeñarla bien no bastaba con conocer los principios de la ciencia política y las circunstancias peculiares del país. Era preciso consultar su experiencia, mantener abierto el libro de sus anales y fijarse mucho en las lecciones del dolor.

“La combinación de las garantías individuales con el orden y la paz es el objeto principal de toda Constitución, y por la desgracia de la sociedad humana el objeto más difícil”, agregó.

Castro Madriz anticipó los retos que enfrentaríamos hoy, haciendo énfasis en lo que describió como “las lecciones del dolor”.

Hoy, de manera innecesaria y sin justificación, se confirman sus recelos: los gobernantes se atreven a cuestionar la Constitución Política como basamento de las garantías individuales, porque la ley es sinónimo del orden y responsable de custodiar la paz social.

En un Estado de derecho, es ineludible que las personas elegidas por el voto popular se comporten en concordancia con la dignidad de sus cargos, nunca como voceras ordinarias de la satanización y el descrédito de las instituciones públicas y de los organismos de control de la legalidad y la transparencia. Conductas de este tipo constituyen amenazas perversas de la desdemocratización, tendencia cercana al populismo.

Es innegable que nuestras democracias, con demasiada frecuencia, ofrecen soluciones insuficientes y generalmente retrasadas para responder a la ciudadanía, cuyas demandas son cada vez más numerosas y complejas, lo cual vulnera el deber de protección de la dignidad humana y sus elementos fundamentales.

Pero la orientación correcta de una hoja de ruta apunta a una administración estatal eficiente y eficaz, que garantice probidad y transparencia para erradicar la opacidad en la gestión de los recursos públicos; de ninguna manera en una lucha inútil y constante contra el adversario político, los poderes de la República y los organismos de control de la Hacienda pública.

Vivimos en la sociedad del conocimiento, que encierra virtudes y contradicciones, y coexiste con las brechas digitales causantes de exclusión, privación de oportunidades y desigualdad social.

Una buena gestión del conocimiento permitirá encontrar soluciones utilizando los estudios sobre el futuro y la prospectiva, con sus premisas fundamentales: el impacto, la predictibilidad y la disciplina de la anticipación, todas herramientas muy útiles para derrotar el cinismo que lleva a mucha gente a creer que la política no puede originar ningún cambio.

Para entender esta dinámica se requiere una formación política capaz de sumarse a la innovación transformativa, que es un espacio de análisis crítico del estado actual del mundo y los peligros que acarrearía no realizar los cambios fundamentales. Lamentablemente, no todas las personas tienen el valor o el talento para afrontar estos desafíos, mucho menos los apóstatas de la ley, el diálogo, la negociación y la concertación.

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El autor es analista de políticas públicas.

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