Una sociedad en depresión | La Nación



Las personas tenemos humores, pero ¿los tienen también las sociedades? Con mucha frecuencia me entra la duda: ¿cómo es posible que millones de personas compartan un mismo estado de ánimo? Cualquier generalización parece cuestionable cuando, a cada momento, unos ríen y otros lloran; unos andan cabizbajos y otros, enamorados, dan rienda suelta a la esperanza. Recordemos, además, que los humores son especialmente volubles: ahora estoy alegre y en cinco minutos, puedo enojarme.

Solo en determinadas circunstancias excepcionales uno podría conceder que, en efecto, el talante de millones se acompasa en un solo sentimiento. Por ejemplo, un trauma debido a una tragedia; la euforia por un logro que ensalza el orgullo nacional o la estupefacción por un acontecimiento inesperado. De eso tengo ejemplos y ustedes pondrán otros: la alegría colectiva cuando la Selección masculina de fútbol pasó inesperadamente a la fases finales de la Copa Mundial del 2014; o el miedo en los días iniciales de la pandemia, en marzo del 2020, cuando todos nos sentíamos vulnerables.

Aun en esas circunstancias, sin embargo, siempre hay algunos a quienes no les interesa lo que está pasando, que andan despistados del ánimo colectivo. De ahí que, aun aceptando la posibilidad de que una mayoría de las personas (casi todos perfectos desconocidos entre sí) puedan compartir un sentimiento en un momento dado, nunca es posible la universalidad.

A pesar de estas objeciones, pienso que las sociedades entran en ciertos trances y humores. Para ello no es necesario que todos sus integrantes compartan un estado de ánimo, sino que una masa crítica, a veces una mayoría, lo comparta y que, en consecuencia, lo transmitan en sus familias, los barrios, el trabajo y en las redes sociales. En otras palabras, que creen un clima social, una atmósfera en la que prevalecen ciertas actitudes sobre los asuntos de interés público.

Me parece que la sociedad costarricense atraviesa una época de gran pesimismo, una desilusión que ha dado paso al “me pela a mí” y a una pérdida del músculo colectivo y la voluntad para resolver problemas. El desaliento, además, se ha convertido en mercancía política. Sin embargo, ese estado de ánimo no es inevitable, y toda depresión es tratable. Tenemos gente capaz, fuerzas sociales y motivos para sacar fuerzas de flaqueza. ¿Y si empezamos por hablarnos sobre la manera de resolver desafíos urgentes?

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El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.

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