Editorial: Ruta inquietante en Europa


Las elecciones multinacionales para integrar los 720 escaños del Parlamento Europeo, celebradas entre el jueves y el domingo en 27 países, con más de 300 millones de votantes, concluyeron con significativos avances para el abanico de partidos de extrema derecha. Su éxito plantea considerables desafíos para el desenvolvimiento de la Unión durante los próximos cinco años. Sin embargo, es posible que las consecuencias más graves no surjan del incremento en el número de diputados —menor de lo esperado—, sino del catastrófico revés sufrido por el partido gobernante en Francia y el fuerte golpe a la coalición gobernante de Alemania.

Todavía no existe un conteo definitivo, sino proyecciones bien fundamentadas, pero todo indica que el número de eurodiputados de las agrupaciones derechistas duras no alterará de manera determinante el balance de fuerzas en ese órgano, en el que tendrán poco menos que la cuarta parte de las curules.

La centroderecha se mantendrá como el bloque dominante, incluso con algunos diputados más que en la composición actual. Las mayores perdedoras fueron las fuerzas liberales y de centroizquierda, incluidos los Verdes. Sin embargo, muchos de sus antiguos votantes no se fueron al otro extremo del espectro político, sino a agrupaciones diversas sin divisas ideológicas claras.

Además, existen grandes diferencias y rivalidades —programáticas y personales— entre las agrupaciones parlamentarias del polo derechista. Estas van desde la tendencia proeuropea y favorable a la alianza occidental que encabeza la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, hasta las posiciones ultranacionalistas e identitarias de Marine Le Pen, en Francia.

No hay que esperar, entonces, un cambio radical en el seno del Parlamento, pero sí grandes desafíos. Por ejemplo, es posible que se debilite el ímpetu de la política ambientalista, que surjan mayores diferencias sobre la admisión de nuevos miembros en la Unión Europea (UE), que surjan mayores cuestionamientos sobre el apoyo a Ucrania o la política hacia Rusia y China, y que el proceso para aprobar presupuestos sea más confrontativo.

En lo inmediato, la decisión más delicada será la elección para ocupar la presidencia de la Comisión, órgano ejecutivo de la UE, durante los próximos cinco años. Los jefes de Gobierno de los 27 países miembros proponen un candidato o una candidata, que deberán avalar los eurodiputados, junto con el resto de los comisionados. Si en el 2019 su actual presidenta, la competente centroderechista Ursula von der Leyen, ganó por una muy reducida mayoría, nada garantiza que consiga su reelección con el nuevo balance de fuerzas. De ser así, la UE perdería una excelente líder.

La implicación de los resultados en Francia no se ha hecho esperar. La Agrupación Nacional, de Le Pen, obtuvo más del doble de votos que Renacer, de Macron (aproximadamente un 32 % contra un 14 %). Como consecuencia, el mismo domingo en la noche el presidente apostó a una jugada de altísimo riesgo: disolver el Parlamento y convocar elecciones para el 30 de junio, con una segunda vuelta una semana después. Si su partido lograra imponerse, sin duda reforzaría la posición presidencial hasta el fin de su mandato, en el 2027. Si fracasa y, peor aún, si su archienemiga lo supera, le quedarán tres años de reducida relevancia y pérdida de liderazgo europeo.

La buena noticia alemana fue que la Democracia Cristiana resultó la agrupación más votada, pero la Alternativa por Alemania, de claras tendencias neonazis, quedó en segundo lugar y superó a los socialdemócratas del canciller Olaf Scholz, cuyos aliados verdes y liberales quedaron a enorme distancia. Fue un duro golpe para la coalición gobernante, del que será muy difícil recuperarse.

El avance parlamentario de la derecha extrema puede ser neutralizado, pero si a su emergencia se suma el debilitamiento del eje franco-alemán, el balance resulta mucho más desafiante. Esto es, por desgracia, lo que ha ocurrido. De ahí las inquietudes que despierta el camino que sigue.

Las elecciones al Parlamento Europeo, celebradas entre el jueves y el domingo en 27 países, con más de 300 millones de votantes, concluyeron con significativos avances para el abanico de partidos de extrema derecha.

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