Cómo el Triángulo de Weimar fortalecería a Europa


En un discurso que dio en abril en la Sorbona y otra vez en su visita de estado a Alemania, el presidente francés, Emmanuel Macron, advirtió que Europa se está enfrentando a su propia muerte.

Atrapada en medio de la Rusia de Vladímir Putin, la China de Xi Jinping y, potencialmente, los Estados Unidos de Donald Trump, los europeos necesitan mostrar solidaridad entre ellos urgentemente, pero, precisamente porque no se sienten seguros, parecen estar fracturándose.

La amenaza más inmediata está en Ucrania. Por largo tiempo no estuvo claro qué significaría una victoria de Rusia. Pero a la luz de encuestas estadounidenses recientes, es posible imaginar un “plan de paz” de Trump —o un acuerdo Minsk III— que congele las pérdidas territoriales de Ucrania, la saque de la órbita de influencia de la OTAN y la Unión Europea, la desmilitarice y la obligue a adoptar una neutralidad permanente.

Sería una derrota no solo para Ucrania, sino para la totalidad de Europa. Por lo menos un tercio de los Estados miembros de la UE se verían en una situación de inseguridad existencial y un agresor revisionista envalentonado en sus fronteras.

En este escenario, varios líderes podrían perder fe en el proyecto europeo y, en lugar de ello, intentar acomodarse a Trump, como ya lo ha hecho el primer ministro húngaro, Viktor Orbán. Los esfuerzos colectivos de fortalecer la UE darían paso a relaciones bilaterales con EE. UU., dejando a Europa todavía más dividida y paralizada.

A más largo plazo, el mismo problema se podría aplicar a la manera en que los europeos traten con China, cómo buscar la prosperidad económica en tiempos de intensa competencia tecnológica y cómo se desempeñan en la gobernanza global. En cada uno de estos casos, el desafío exige unidad, pero los Estados miembros se verán tentados a actuar por sí mismos.

Puede que la reciente visita de Macron a Alemania haya dado algunas pistas sobre cómo prevenir la fragmentación, no porque el canciller alemán, Olaf Scholz, haya desplegado ostentosas muestras de camaradería y solidaridad, sino porque inadvertidamente confirmó que la relación franco-alemana se ha visto reducida a un mero ceremonial.

Los gobiernos francés y alemán ya no son capaces de trazar el rumbo de Europa por sí solos. Incluso si pudieran llegar a proponer un plan de medidas concretas, no está claro que el resto de la UE las siga.

Pero a veces una relación se puede resucitar si se añade un tercero, y en el actual contexto europeo, el candidato obvio es Polonia. Un motor franco-alemán-polaco reviviría el formato del Triángulo de Weimar, lanzado en 1991, pero que el anterior gobierno iliberal de Polonia había dejado de lado durante ocho años.

Ahora que en Polonia hay un nuevo gobierno lleno de ideas sobre cómo fortalecer a Europa, podría ser la pieza clave para que los europeos vuelvan a unirse a través de un sentido común sobre la seguridad y la geopolítica. También resulta de ayuda el que Alemania haya hecho grandes cambios a su gasto de defensa y que Macron haya aceptado la idea de agregar nuevos miembros de la UE hacia el este del continente.

El Triángulo de Weimar podría hacer tres grandes contribuciones a Europa, la primera de las cuales es política. Antes el formato franco-alemán generaba resentimiento entre los demás Estados miembros y dejaba a los que formaban parte del antiguo bloque soviético dudando sobre si alguna vez serían abandonados a su suerte en una eventual negociación con el Kremlin, pero este nuevo eje incluiría a un importante país de esa órbita.

Eso, por sí solo, sería un factor unificador, incluso si Trump saliera elegido, siempre y cuando los tres líderes actúen de manera inclusiva y no como una camarilla.

Más aún, los tres gobiernos podrían (y deberían) proponer maneras de restablecer la relación con el Reino Unido, que pronto tendrá un nuevo gobierno. Esto será crucial para tranquilizar a los ciudadanos europeos en una amplia gama de asuntos, como la defensa y los riesgos nucleares, la seguridad económica, la competencia tecnológica y la energía.

Habiendo pasado mucho tiempo en capitales europeas —desde Dinamarca hasta Portugal— en las últimas semanas, he escuchado a numerosos líderes y diplomáticos referirse al Triángulo de Weimar como una fuente de esperanza.

La segunda contribución es militar, puesto que los países del Triángulo de Weimar representan más del 30 % del gasto de defensa europeo. A corto plazo, deberían proponer un plan para coordinar las diferentes iniciativas de ayuda para que Ucrania obtenga las municiones y las defensas aéreas que necesita. Y a más largo plazo, los europeos podrían lograr mucho más en términos de su propia defensa sencillamente trabajando mejor en equipo.

Además de sostener un diálogo nuclear tripartito, el Triángulo de Weimar ampliará el papel del Eurocuerpo, la fuerza militar multinacional creada por Francia y Alemania en la década de los 90. A diferencia de las agrupaciones tácticas de la UE, que son expedicionarias, y en consecuencia mal adaptadas a las realidades actuales, el Eurocuerpo se enviaría en números suficientes como para tranquilizar a los Estados miembros que estén en la primera línea, si Estados Unidos retirara alguna vez sus tropas de Europa.

Por último, un Triángulo de Weimar revigorizado podría ayudar a Europa a pasar de ser “una fábrica de normativas a una comunidad de países con un destino en común”, como me lo expresó una alta autoridad polaca. En estos momentos, Europa se ve atrapada entre la necesidad geopolítica de anclar a Ucrania y Moldavia a Occidente, y la imposibilidad política e institucional de avanzar con un proceso clásico de ampliación.

El Triángulo de Weimar debe idear un plan a largo plazo para llevar a Ucrania a la OTAN y a la UE, y esta nueva estrategia debe apuntar a desarrollar economías de guerra, proporcionar seguridad e impulsar una alineación normativa. Un buen primer paso sería un encuentro de alto nivel para examinar los componentes de seguridad y defensa de un proceso de ampliación de la UE revisado.

Ha habido cierto impulso hacia un nuevo formato tipo Weimar. En marzo, Scholz, Macron y el primer ministro polaco, Donald Tusk, sostuvieron una breve cumbre en Berlín, y desde entonces sus respectivos ministros de Exteriores se han reunido y acordado un inspirador comunicado.

Pero como mis colegas del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores en cada uno de estos tres países han planteado hace poco, la alta retórica debe traducirse en medidas decisivas. Si el Triángulo de Weimar cobra forma, dará nuevos aires al proyecto europeo.

Mark Leonard es director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores y autor de The Age of Unpeace: How Connectivity Causes Conflict (La era del desasosiego: cómo la conectividad causa conflictos) (Bantam Press, 2021).

© Project Syndicate 1995–2024

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