El optimismo cristiano


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El optimismo cristiano

El mal es real, pero advenedizo, de allí la esperanza de la liberación definitiva.

En las primeras páginas de la Biblia hay un relato que parece de gran ingenuidad y sin embargo transmite unas convicciones de gran profundidad.  El relato cuenta la historia de cómo entraron el pecado, la culpa y la muerte en la existencia humana.  Enseña que el hombre aprendió a pecar por insinuación externa y no por perversión innata.  De ese modo afirma la bondad fundamental de la humanidad y su capacidad de ser sanada y curada de su pecado y de su mortalidad.  Si la tendencia a pecar fuera innata, el hombre jamás podría ser santo ni podría ser salvado, y Dios sería responsable de habernos hecho con un desperfecto fundamental.  Por eso el relato dice que cuando Dios creó al hombre y a la mujer, ambos estaban desnudos y no sentían vergüenza.  Es la manera de expresar la integridad original y la transparencia deseada.

Desde el principio Dios ha venido a llamar al hombre pecador para cubrir su desnudez.

En el relato, una serpiente astuta, capaz de hablar, es la responsable de insinuarle al hombre y a la mujer que transgredir los mandatos de Dios no es  perverso, sino que, al contrario, será una ganancia en independencia, sabiduría y autonomía moral.  En la interpretación posterior, aun dentro de la misma Biblia, la serpiente ha sido identificada con Satanás.  Este personaje bíblico carga sobre sí la responsabilidad final del mal que hay en el mundo, sea el mal moral como incluso a veces el mal físico como la enfermedad y la muerte.  Es creatura de Dios que se rebeló contra Dios e instiga al hombre a rebelarse contra Dios.  Pero como criatura de Dios, podrá ser subyugada por Dios.  Enseña una convicción de fe: la creación obra de Dios es buena, el mal que padece la humanidad no le pertenece, es advenedizo, y por lo tanto puede ser removido.  El hombre y el mundo pueden ser sanados y restituidos a la santidad original.  Al final de la historia bíblica Satanás será vencido y derrotado.  Esa es la misión principal de Cristo.

Cuando el hombre y la mujer se dejan seducir por la serpiente y transgreden el mandamiento divino adquieren ciertamente la nueva sabiduría que les había prometido la serpiente.  Descubren que están desnudos y sienten vergüenza; pierden la integridad inicial.  La vergüenza de la propia desnudez es una imagen poderosa de otra realidad moral:  la conciencia de la culpa.  Cuando hacemos lo que está mal, a menos que seamos unos sinvergüenzas, ocultamos la fechoría ante los demás, buscamos justificaciones para aliviar la conciencia y nos ocultamos de Dios.  La conciencia de la culpa revela la fragilidad de la libertad, su volubilidad y división interior.  Hacemos lo que sabemos que está mal por un mal juicio, por seducciones externas y luego tenemos fatiga para asumir la responsabilidad y recobrar la integridad por la declaración de la transgresión cometida.

En la historia sucede un portento.  El hombre y la mujer se esconden porque sienten los pasos de Dios y no se atreven a presentarse ante él.  Pero Dios los llama: ¿Dónde estás?  Y esa es también una convicción de fe.  Que desde el principio Dios ha venido a llamar al hombre pecador para cubrir su desnudez, sanar su vergüenza y devolverle su integridad y santidad.  Es convicción cristiana que la venida de Dios más importante para buscar al hombre pecador ocurrió en el envío de Jesucristo, el Hijo de Dios, que no vino a buscar a los justos, sino a los pecadores para que se convirtieran y sanaran.  Jesucristo vino a derrotar y subyugar a Satanás para librar definitivamente a la creación de Dios, especialmente a la humanidad, del mal que le es ajeno, tanto del mal moral como de la muerte.  Esta es la antropología tan positiva y optimista que propone la fe cristiana.  El mal es real, pero advenedizo, de allí la esperanza de la liberación definitiva.



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