Ejército brasileño instala pasarelas flotantes para conectar comunidades aisladas


Marques de Souza. Con una gran bolsa en la mano, Juliani Steffer carga con la mercancía que puede mientras avanza por una pasarela flotante sobre el río. Como muchos habitantes, esta vendedora de ropa debió empezar una nueva vida a pie tras las devastadoras inundaciones en el sur de Brasil.

“La gente perdió mucha ropa. Como ya no pueden venir a la tienda en auto, debo ir hasta su casa”, explica jadeante esta mujer de 36 años al llegar a Marques de Souza por el nuevo puente que une la localidad con Travesseiro, en el Valle del Taquari.

El peor desastre climático sufrido hace un mes en Rio Grande do Sul devastó esta pujante región agrícola y ganadera, y privó a muchos habitantes de su único medio de transporte: el coche.

De un día para otro, el agua de los ríos desbordados destruyó al menos seis puentes en el Valle del Taquari, al noroeste de Porto Alegre, capital del estado.

Muchas localidades quedaron separadas, sin posibilidad de ir a trabajar, a la escuela o de acudir urgentemente al médico.

La solución inmediata vino del ejército, que empezó a instalar pasarelas flotantes, una infraestructura utilizada en los conflictos para que la infantería pueda cruzar los ríos.

Su uso es frágil, puesto que a menudo son víctimas de lluvias y corrientes, lo que obliga a montarlas de nuevo.

El ejército de Brasil instaló pasarelas flotantes como una solución temporal para que los habitantes puedan cruzar los ríos y reanudar sus actividades diarias.

“Era necesario retomar la rutina de la población en el plazo más corto posible”, dice el coronel Rafael Farias, de 46 años, junto a la pasarela sobre el río Forqueta, en Marques de Souza.

Se trata de un estrecho puente metálico montado sobre pequeñas estructuras en forma de canoas, que flotan a lo ancho del río. Hay al menos cinco en la región, según el ejército.

Los habitantes deben pasar uno detrás de otro y siempre con el chaleco salvavidas que les colocan los militares apostados en ambos lados del cauce.

Con la pantorrilla vendada debido a una cirugía, Paulo Roberto Heineck, de 54 años, cruza el puente cojeando. Tiene cita con el médico.

Todo es más “difícil” ahora, reconoce este pedrero de profesión. “Pero hay que seguir adelante, cómo vamos a parar”, agrega Heineck, padre de tres hijos.

A falta de un sistema de iluminación, la pasarela sobre el Forqueta solo está abierta hasta caer la tarde y los transeúntes deben apresurarse en sus quehaceres para no quedarse bloqueados al otro lado, sin poder volver a casa.

La de Travesseiro ya tuvo que ser retirada dos veces debido a la fuerte corriente.

A unos 20 km, otras dos pasarelas, una en cada sentido, fueron levantadas sobre el río Taquari para unir Arroio do Meio con Lajeado, la principal ciudad de la región con más de 90,000 habitantes.

Enseguida tuvo éxito: miles de personas adoptaron la rutina de estacionar sus carros en ambos lados del río para acceder al paso.

Unas nuevas lluvias torrenciales también hicieron que el ejército tuviera que montar la estructura nuevamente.

Katiane Mello (izq.) observa su vecindario antes de salir de su casa inundada en Eldorado do Sul, estado de Rio Grande do Sul, Brasil, el 9 de mayo de 2024. (Foto de Carlos FABAL/AFP)

La pasarela “es fundamental porque Arroio do Meio no vive sin Lajeado y Lajeado no vive sin Arroio do Meio”, explicaba Marta Rosani da Silva, una barrendera que se aprestaba a cruzar la pasarela junto a su hijo de seis años, la víspera del nuevo temporal.

“Claro que sería mejor” volver a tener el puente para autos. “Quien antes tardaba una hora para llegar al trabajo, ahora demora tres”, agregaba esta mujer de 41 años.

El gobierno federal prometió reconstruir los puentes. Mientras tanto, los vecinos se organizan para recabar fondos y acelerar el proceso mediante la iniciativa privada y donaciones, con llamamientos en las redes sociales.

En el caso del puente de Travesseiro, el costo se estima en 10 millones de reales (USD 2 millones). “Las autoridades prometieron cuatro. Nos faltan seis”, explica a esta agencia Katia Cristina Lammers, de 44 años, propietaria de una industria alimentaria y al frente de la movilización en esa localidad.

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