Desafueros peligrosos


AFP

Nadie duda de que el globo terráqueo atraviesa por momentos muy difíciles y controversiales. Uno de  los indicadores más significativos en el mundo occidental es el crecimiento de las tendencias ultras de diversos perfiles, así como la radicalización acelerada de sus muy plurales propuestas y soluciones. Tema descomunal que aquí solo ejemplificamos brevemente.

Una muestra fehaciente la tenemos en América Latina, donde acaba de tomar posesión como presidente reelecto con un amplio margen el populista de derecha Nayib Bukele, quien optó  para tan magno evento vestir un elegante traje de prócer que habla por sí solo de su megalomanía.

Fue electo por primera vez como presidente en junio de 2019, desde donde lanzó el “Plan Control Territorial” con el fin de combatir altas tasas de criminalidad de  las pandillas en el país, para 2020, la tasa de homicidios intencionales de El Salvador había disminuido en 51,3% en comparación con el año anterior

Investigaciones periodísticas y el Departamento de Estado  norteamericano coincidieron en acusar a Bukele de negociar en secreto con la Mara Salvatrucha, a pesar de esto   y de que las medidas implementadas han generado críticas de organismos de derechos humanos,, han sido bien recibidas por un importante sector salvadoreño, que en una amplia mayoría evalúan positivamente las medidas tomadas contra esas pandillas.

Para poner en práctica sus planes a Bukele no le ha temblado el pulso en recurrir al autoritarismo, ejemplos sobran. Para empezar el hacer  presos a decenas de miles de jóvenes pobres pertenecientes o no a las realmente terribles bandas delictivas, O  haber acudido en febrero de 2020 a la Asamblea Legislativa acompañado por una escolta militar para obligar al otorgamiento de fondos para la continuidad de su plan del control de la delincuencia que anteriormente le habían negado.​ Desde entonces ha desarrollado estrategias de concentración de poder como la destitución de los magistrados de la Sala de lo Constitucional y el fiscal general de la República, reformas de las cuales surgió el fallo de la Sala  Constitucional de la Corte Suprema de Justicia de El Salvador a favor de que el presidente de la República pueda cumplir dos mandatos consecutivos y anuló una sentencia anterior de 2014 que establecía que los presidentes deben esperar diez años para postularse a la reelección.

Que en un país con poca trayectoria democrática, que vivió además décadas de violencia política y extremadamente pobre, una mayoría de su población se deje deslumbrar por las medidas efectistas del extravagante Bukele sin reflexionar sobre el daño institucional que causa, no es justificable pero puede resultar hasta cierto punto comprensible.

Pero que en Estados Unidos, el país con la democracia más antigua de América con una población caracterizada por el respeto a las normas, un personaje disfuncional como Donald Trump haya logrado alcanzar la popularidad que ha alcanzado, teniendo hoy la primera opción para su reelección, a pesar de las acusaciones que pesan contra él no sólo en el juicio de la actriz porno, cuyo discurso para objetar el dictamen estuvo centrado en la desconfianza y la destrucción de las instituciones, que ya había intentado tanto en el  desconocimiento al poder electoral para demostrar un falso fraude en la elección de Joe Biden que sumió al país en la incertidumbre, amén de las presiones para propiciar fraudes electorales regionales. Agreguemos el muy grave y violento ataque al Capitolio, en enero de 2021, un hecho sin precedentes contra el órgano legislativo, con el fin de boicotear la  toma de posesión del presidente electo que nunca quiso reconocer. Y dejemos de lado otros delitos contra el fisco e incluso por haber violado y sustraído documentos oficiales clasificados.

Se preguntará el lector qué tienen en común El Salvador y Estados Unidos, dos países tan alejados en su cultura, su trayectoria democrática y su desarrollo económico. Aparte de la extravagancia de ambos mandatarios, el hecho de que los dos se esfuercen en sustentar su poder violentando las estructuras del país. Si bien es una tendencia grave -y lamentablemente creciente- en cualquier país, el hecho de que sea promovido por quien aspira al liderazgo de la primera potencia de Occidente y  sea avalado por la mayoría de su población hace temer por el destino de los valores democráticos occidentales ya afectados por distintas crisis. A señalar entre otras los intentos de debilitamiento de la Unión Europea, provenientes desde sus propias entrañas.

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