El México que hereda la primera presidenta


Editorial

El México que hereda la primera presidenta

Sheinbaum tiene la ventaja de conocer el funcionamiento de las entidades estatales, pero también de la política.

Los resultados de la voluntad popular de los mexicanos son más que elocuentes. La candidata oficialista Claudia Sheinbaum será la primera presidenta de México, pero no solo eso. Su candidatura fue la más votada en unos comicios, con más de 35 millones de votos; su antecesor, el presidente saliente, Andrés Manuel López Obrador, logró 31 millones. Pero además gobernará con la ventaja de tener una mayoría prácticamente absoluta en el Congreso y está cerca de tenerla en el Senado.

Sheinbaum, física de profesión, obtuvo casi 59% de votos, más de 30 puntos arriba de la opositora Xóchitl Gálvez, aspirante de los exgobernantes Partido Revolucionario Institucional (PRI), Partido de Acción Nacional (PAN) y el anodino Partido de la Revolución Democrática (PRD), que ni uniendo fuerzas lograron competir contra el partido en el Gobierno. Los escándalos de corrupción e ineficiencias señaladas en megaproyectos del presidente López Obrador, los señalamientos de tráfico de influencias de sus hijos y su aversión a la crítica de la prensa no pesaron lo suficiente como para hacer mella en el voto hacia el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).

Quizá por ello algunos analistas, ante el arrollador triunfo de Sheinbaum, señalan que Morena apunta a convertirse en el próximo PRI, partido que gobernó México por más de siete décadas. Y es quizá esa sombra de tiempo, inercia y acumulación de rezagos sociales la que terminó de acendrarse con los escándalos del último exmandatario priísta Enrique Peña Nieto (2012-2018). Si a eso se suman los desencantos de los gobiernos del PAN (entre 2000 y 2012), se explica el atasco de los engranajes de credibilidad de la oposición exoficialista ante el juicio del electorado.

Por un cambio constitucional impulsado durante el gobierno de López Obrador, la toma de mando de Claudia Sheinbaum será el 1 octubre próximo, y no el 1 de diciembre, como solía ocurrir. Esto implicará una transición rápida. Sheinbaum, ex jefa de Gobierno de la ciudad de México, tiene la ventaja de conocer el funcionamiento de las entidades estatales, pero también de la política. Esta experiencia le permitió navegar las turbulentas aguas de la campaña con relativa frialdad y con cierta toma de distancia del Ejecutivo.

El amplio poder con el cual entrará al Palacio Nacional, lo cual incluye dos tercios de las gobernaturas estatales, le proveerá de herramientas para poder emprender planes de manera expedita. Eso sí, esta fortaleza también podría funcionar como un elemento de presión y podría acortar la “luna de miel”; es decir, ese período de expectativa para exponer los primeros resultados tangibles. Y es que México se encuentra en un momento político y social muy delicado. La fuerte militarización de muchas actividades otrora civiles pone en fuerte desgaste a la institución armada, a la vez que la desvía de su función primordial. La batalla electoral deja también un ambiente polarizado que la primera presidenta mexicana deberá tratar de desescalar.

La política de seguridad de López Obrador fracasó. Más de 180 mil muertos y miles de desaparecidos son la prueba de una necesaria transformación de las fuerzas policiales, uno de los primeros desafíos para su sucesora. Los carteles del narcotráfico expandieron sus reyertas hacia el sur, lo cual implica riesgos para Guatemala. Además, el abordaje migratorio, la salud y la educación pública, así como el costo de vida, son retos que estarán en su escritorio dentro de cuatro meses.



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