Editorial: Gran triunfo y enormes desafíos en México


Los mexicanos concurrieron el domingo a las urnas con la certeza de que elegirían a su primera presidenta, un hito histórico de enorme importancia. Además, todas las señales conducían hacia lo que finalmente ocurrió: el triunfo de Claudia Sheinbaum, candidata del oficialista Morena, sobre Xóchitl Gálvez, abanderada de una alianza integrada por tres partidos anteriormente antagónicos: el Revolucionario Institucional (PRI), Acción Nacional (PAN) y de la Revolución Democrática (PRD). Pero su arrolladora contundencia superó las predicciones más optimistas.

El mandato electoral obtenido no tiene precedentes desde que México instauró una verdadera democracia, en el año 2000. Esto le otorgará holgura para gobernar. Sin embargo, deberá utilizarla con gran inteligencia para afrontar con éxito los enormes desafíos que le esperan y aprovechar el potencial del país.

Según datos del Instituto Nacional Electoral (INE), con más del 90 % de las mesas escrutadas, Sheinbaum obtuvo un 59 % de la votación, y más que duplicó el 28 % obtenido por Gálvez. Jorge Álvarez, del Movimiento Ciudadano, quedó con un distante 10,5 %, aunque su agrupación logró la gobernación del estado de Jalisco, uno de los dos únicos triunfos opositores en las nueve que se disputaban. El otro, de la alianza, fue en Guanajuato.

Además, Morena, en conjunto con los partidos Verde y del Trabajo, alcanzó los dos tercios del Congreso de Diputados y mayoría en el Senado.

Aunque mucho menos carismática que su impulsor, el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), Sheinbaum tuvo a su favor una gran capacidad organizativa, una trayectoria exitosa en la función pública y un desempeño superior al de Gálvez durante la campaña. Estos factores, al igual que el desgaste de los partidos tradicionales de oposición, explican en buena parte su triunfo. Pero más importante aún fue presentarse y ser vista como continuadora de la labor del actual presidente y su gobierno, que gozan de gran popularidad.

Lo paradójico de esto es que, así como se asentó en ellos para obtener la victoria, así también este legado ha exacerbado retos de enorme magnitud, que afectarán su gestión.

AMLO, populista de vieja escuela con sesgos izquierdistas, ha ejercido su gobierno con un estilo frugal, sin escándalos de corrupción notables y con una constante y eficaz comunicación directa con la población. Ha disminuido exitosamente la pobreza y reducido la desigualdad, gracias a la duplicación del salario mínimo y amplios programas de reparto.

Todo esto ha impactado de manera beneficiosa a amplios sectores de la población e impulsado su popularidad. Además, México, que el pasado año superó a China como el principal exportador a Estados Unidos, se ha beneficiado del dinamismo económico de su poderoso vecino, aunque en ninguno de los últimos seis años ha superado un 3 % de crecimiento en su producto interno bruto.

Pero, junto con estos vientos frescos, el presidente ha sembrado una serie de tempestades. Algunas le podrán estallar en la cara a Sheinbaum si no las contiene con rapidez; otras, quizá decida seguir alentándolas, pero más temprano que tarde también afectarán seriamente su desempeño.

La más aguda es la mezcla de inseguridad, violencia y poder de los carteles del narcotráfico que están en los peores niveles históricos. La creación de una guardia nacional militarizada para sustituir a la policía no ha dado resultado: según datos de organismos independientes, 220.000 personas han muerto o desaparecido durante el actual gobierno, una cifra récord. Durante la campaña fueron asesinados 37 candidatos locales.

Muchos grandes proyectos de infraestructura han resultado elefantes blancos. El ejército ha asumido funciones antes en manos del sector civil. La apuesta por el petróleo y la empresa estatal Pemex ha distorsionado el mercado energético. El endeudamiento y el déficit fiscal han crecido en proporciones nunca vistas.

Más grave aún ha sido la intolerancia presidencial a las voces disidentes, y sus esfuerzos por ejercer control sobre el INE y el Poder Judicial, algo que podría estar más cerca de lograrse con la nueva composición del legislativo bicameral.

A lo anterior se unen el desafío de la migración hacia Estados Unidos y la posibilidad de que una nueva presidencia de Donald Trump haga aún más complejas y desafiantes las relaciones bilaterales.

Sheinbaum ha prometido prudencia fiscal, respeto a la independencia del Banco Central y “caminar en paz y en armonía para seguir construyendo un México justo y más próspero”. A la vez, en campaña, aseguró que continuaría con las políticas de AMLO.

Será muy difícil congeniar ambos propósitos. La esperanza es que, por su formación científica, sus ideas más modernas, la necesidad de crear una impronta propia y la magnitud misma de los desafíos, se aparte, al menos, de las peores iniciativas de su predecesor. Lo ideal es que haga un gobierno esencialmente distinto: que no pierda el norte de la redistribución, la equidad y las oportunidades, pero que lo haga sobre bases económicas e institucionales realmente sólidas. Esa es la mejor apuesta para México.

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