Editorial: Facetas del calentamiento global


Unos 30 técnicos del gobierno federal estadounidense elaboran nueva reglamentación para proteger la salud de aproximadamente 50 millones de trabajadores expuestos a altas temperaturas durante sus jornadas. No solo se trata de albañiles y obreros agrícolas. Decenas de ocupaciones someten a las personas al calor extremo, cada vez más extendido geográficamente.

El año pasado fue el más caliente de la historia y ahora, a mes antes del inicio del verano en Norteamérica, ciudades como Miami experimentaron un índice de calor de 44,5 grados Celsius (112 Fahrenheit). El índice toma en cuenta la humedad para calcular el efecto total de las altas temperaturas o, dicho de otra forma, como se sienten. Si por la víspera se saca el día, los habitantes de Florida tienen por delante un verano insufrible.

Lo mismo puede decirse de buena parte de Norteamérica. Eso explica la prisa por aprobar regulaciones capaces de disminuir el creciente número de emergencias llegadas a los hospitales a consecuencia del calor extremo. Al menos 2.300 personas fallecieron por esa causa el año pasado en los Estados Unidos, pero los expertos están seguros de un importante subregistro, porque es fácil confundir el calor con otras causas de muerte.

La comunidad de negocios rechaza la posibilidad de regular el nuevo riesgo porque las medidas aplicables, entre ellas más períodos de descanso durante la jornada y acceso a agua, sombra y aire acondicionado, elevarían los costos significativamente. No obstante, la normativa tarde o temprano se impondrá si el calentamiento global sigue su paso.

En Canadá, el calor, la sequedad y el viento causaron los inusitados incendios forestales que el año pasado elevaron la contaminación del aire a niveles dañinos para la salud en grandes metrópolis de ese país y de su vecino del sur. Las nubes de humo fueron apenas un subproducto de la devastación de los bosques canadienses.

En el sur de México, ya no tan lejos de nuestro país, los monos congos o aulladores caen de los árboles, deshidratados, y mueren. Las altísimas temperaturas en los estados de Tabasco y Chiapas no dan tiempo a adaptarse, aunque los monos son conocidos por su resistencia y capacidad de ajustarse a condiciones cambiantes.

En el centro de ese país, el cambio climático contribuye a poner en peligro el abastecimiento de agua de los 23 millones de habitantes de la capital, una de las diez más pobladas del mundo. La mala infraestructura y el crecimiento desmedido conspiran con la sequía para fundar pronósticos de grave escasez este verano.

Los tres grandes países de Norteamérica son, también, eslabones de la cadena productora de vehículos al amparo del tratado de libre comercio que los une. México aporta procesos intensivos en mano de obra y los otros se especializan en diversos componentes. Esos vehículos son, hasta ahora, un factor crítico en la emisión de gases de efecto invernadero. Con las políticas adecuadas, podrían pasar a ser parte de la solución o, cuando menos, del freno al deterioro ambiental.

Pero mientras la administración del presidente Joe Biden fijó la meta de lograr que la mitad de los autos vendidos en su país en el 2032 sean eléctricos, el expresidente Donald Trump, empeñado en cortejar a la industria de los hidrocarburos, anuncia un arancel del 100 % sobre los vehículos eléctricos fabricados en México. También ha prometido revertir los incentivos tributarios a la producción y venta de autos eléctricos aprobados durante la actual administración para fomentar la industria doméstica.

No hay certeza del resultado de las elecciones estadounidenses ni tampoco de la conclusión del debate sobre los vehículos eléctricos; sin embargo, sí la hay del poder de los intereses creados, o por lo menos de la resistencia de buena parte de la población mundial a la ciencia, aunque la corroboren los incendios de Canadá, las nuevas regulaciones laborales propuestas en Estados Unidos, el agua de la capital mexicana o los monitos caídos de los árboles muy cerca de nuestra frontera norte.

Ola de calor México

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