Temor a perder la paz, la felicidad y la hermandad que nos unía


Hace nueve años, fui invitado a participar en el TEDxPuraVida. En aquel momento, mi presentación se tituló “Entre el caos y la prosperidad”. Durante mi exposición, hice referencia a la experiencia durante mis años de estudiante en el Líbano, a finales de los años 60 y comienzos de los 70.

Mis primeros años en el Líbano, a pesar del mal de patria, fueron maravillosos. El Líbano era considerado la Suiza de Oriente Próximo y su capital, Beirut, el París de la región.

Entre las múltiples razones, se encontraban la intensa vida de negocios, las playas de su bello Mediterráneo que atraían a turistas de Europa y Oriente, incluidos artistas famosos que acudían al renombrado Casino del Líbano, los múltiples centros de diversión y la exquisita comida libanesa.

Los libaneses, a pesar de la violencia que predominaba en la zona, estaban seguros de que a ellos no les pasaría. Continuamente decían: “Somos diferentes, nuestro país tiene aliados poderosos, vivimos una vida plena con una de las bancas más poderosas de la región y el atractivo de ser país con un turismo internacional espectacular es una garantía”. Además, el Líbano tenía un sistema educativo excelente, que no solo atraía a estudiantes de la región, sino también de Europa, África y los Estados Unidos.

Sin embargo, los libaneses se descuidaron, abrieron la puerta a políticos corruptos y toleraron negociaciones fraudulentas. Por influencia de líderes políticos y religiosos, se envenenaron las mentes de su gente y pronto el país se vio sumergido en una guerra interna que dividió familias, religiones y bandos políticos.

A esto se sumaron las alianzas con países poderosos que se aprovechaban de la situación y proveían de armas y dinero para una revolución que duró 15 años.

Una vez abiertas las heridas, sanarlas ha sido imposible. El pueblo se desangró en una guerra sin razón. Hoy, aunque hay una relativa calma, aún las heridas siguen abiertas y el país se encuentra atrapado.

La riqueza de su cultura, de su tradición, de su fama se desmoronó. Sin darse cuenta, el país más feliz de Oriente Próximo se volvió el país de la guerra y la migración de su gente a otros rumbos.

Nueve años atrás, pretendía generar conciencia acerca de la increíble fragilidad de una nación como Costa Rica, extraordinaria en tantos sentidos, que logró crear un modelo de desarrollo muy exitoso. Sin embargo, hemos ido acumulando errores, y si no cuidamos a nuestro país de la corrupción, si no combatimos la inseguridad y el crimen organizado, si no nos protegemos de los intereses políticos o financieros mezquinos, nos arriesgamos a perder la paz social.

Deberíamos unirnos para incluir a los más pobres en el beneficio del desarrollo, ser más solidarios, rechazar los llamados al odio y la venganza, porque nos va a costar muy caro. No queremos perder nuestro país.

Pero tras nueve años, siento que, en vez de avanzar hacia la prosperidad, la armonía, la justicia social y el equilibrio, estamos retrocediendo. Nos estamos acercando cada día más al caos.

Siento enorme temor a perder la paz, la felicidad, la hermandad que nos unía. Quiero creer que estamos a tiempo de recuperar nuestra tradición y nuestro camino para avanzar hacia un país cada vez más justo y desarrollado.

No dejemos que los intereses personales se antepongan al bienestar de nuestra gente. Cambiemos la violencia por el diálogo, el odio por el amor y la comprensión y la escucha por el conflicto para que podamos seguir viviendo en paz.

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El autor es exrector fundador de la Universidad Earth.

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