Homenaje a Jorge Marcos, arqueólogo ecuatoriano que descubrió el complejo Real Alto en 1971 | Cultura | Entretenimiento


El pasado 22 de mayo, el arqueólogo ecuatoriano Jorge Marcos Pino, Premio Nacional Eugenio Espejo, recibió un reconocimiento a su trayectoria profesional de parte del Parlamento Andino, en el auditorio del Museo Presley Norton, en Guayaquil.

Nacido en esta ciudad en 1932, Marcos está a pocas semanas de cumplir 92 años. Recuerda que “todo el mundo pensó que era loco” cuando decidió dedicarse de lleno a la arqueología (hizo su maestría y doctorado en la Universidad de Illinois).

¿Qué significa para un investigador recibir un homenaje oficial? “Es la culminación de una vida dedicada a la ciencia”. Para él, representa también la acreditación de su labor educativa, al haber creado, junto con Gustavo Galindo, la carrera de Arqueología en la Espol, en 1980.

Arqueólogo Jorge Marcos ganó el Premio Nacional de Cultura 2003

“La primera y única”, asegura. “Y con varios colegas de España, Argentina y Ecuador hicimos la maestría (en Arqueología del Neotrópico), que fue premiada por la Asociación Universitaria Iberoamericana de Posgrado” (AUIP, 2014).

El doctor Marcos lo describe como un sacrificio interesante. “Fue escribir todos los pensa (planes de estudios) y todos los programas, con la ayuda de mi esposa, antropóloga y profesora titular de la Universidad Autónoma de Barcelona. Y de mi hija, que está rumbo a ser doctora. Ha sido un esfuerzo familiar, aparte de lo personal”.

El guayaquileño Jorge Marcos (centro) recibió el homenaje junto con el británico Richard Lunniss (primero desde la izquierda) y el ecuatoriano José Echeverría (segundo desde la derecha). todos distinguidos por el Parlamento Andino por su labor en la arqueología ecuatoriana. Foto: Alexandra Casulo

¿Por qué otros lo vieron como una locura? “Yo tenía una fábrica de ventanas, pero un buen día (1968) fui a una discusión en casa de unos amigos, y entre los temas saltó la arqueología, y me di cuenta de que hacía falta algo”. Empezaron a discutir las razones por las que el empresario, político y arqueólogo Emilio Estrada Icaza (descubridor de los restos de la cultura Valdivia) había aseverado que la arqueología no era ecuatoriana, sino probablemente de origen japonés o mexicano, “ y que la única verdadera (cultura antigua) ecuatoriana era Chorrera. Me pregunté por qué tenemos que ser siempre colonizados”.

El grupo se fue a excavar, y así llegó al yacimiento arqueológico en las faldas del cerro de Chanduy, en el sitio de manglar llamado la loma de Los Cangrejitos. “Esto, como puede darse cuenta, no lo aprendí en un libro, sino de tres personas: Adán Lindao, Pablo Torres y Raimundo Quimí Pizarro, comuneros”, dice, dando crédito a quienes estuvieron en esa primera expedición.

Jorge Marcos ingresa a la Academia de Historia

“Me enseñaron todo sobre el campo en esa zona, de las situaciones extrañas que se estaban dando allí y también sobre la agricultura”. Así tomó la decisión de buscar a un experto que pudiera darles bases técnicas para interpretar lo que estaban encontrando. “Me fui a la Casa de la Cultura a hablar con Carlos Zevallos Menéndez, y él dijo: ‘Yo los acompaño’”. Zevallos (1909-1981), catedrático e investigador, es considerado el padre de la arqueología ecuatoriana.

Así descubrieron el complejo manteño-huancavilca y su sistema de mercados, los tejidos especiales que luego fueron velas para la navegación, y sus propias formas de moneda de cambio, con el Spondylus y el cacao.

En 1971, Jorge Marcos hizo el hallazgo por el cual es más conocido, el Complejo Cultural Real Alto, en la comuna Pechiche, parroquia Chanduy, en la península de Santa Elena, uno de los sitios arqueológicos más importantes de la cultura Valdivia, donde vivieron alrededor de mil personas dedicadas a la agricultura y a la pesca. Para entonces dirigía ya el Centro de Estudios Arqueológicos y Antropológicos (CEAA) de la Espol.

Con esta información, él y otros investigadores se fueron al Congreso Internacional Americanista en Argentina, a conseguir un permiso para abrir un simposio de relaciones antropológicas andino-mesoamericanas. “Desde ese momento creció la arqueología ecuatoriana y eso nos llevó a otras esferas y a otras hipótesis”.

El costo y el propósito de hacer arqueología científica en Ecuador

Al regreso, emprendieron el proyecto de ofrecer estudios formales de arqueología en la Espol. “Otras universidades tienen carreras de Antropología con mención en Arqueología”. En la Politécnica del Litoral hay una licenciatura y una maestría, pero todavía no es posible obtener un doctorado en Ecuador, y tal como Jorge Marcos, quien lo busca tiene que salir del país.

Él ve varios problemas. Uno de ellos es la línea de los estudios de impacto, enfocados en recolectar bienes arqueológicos para que una compañía constructora pueda alegar que cumplió con la ley al rescatar ese patrimonio. El descubrimiento de Real Alto empezó como un estudio de impacto ambiental de una refinería. “Pero hacer arqueología científica es estudiar nuestro pasado con el fin de entender el presente y, sobre todo, planificar el futuro”, explica. “Estamos promoviendo ciencia, no entrega de informes”.

Marcos se mantiene en que hacer arqueología es una manera de descolonizar la historia. “A Emilio Estrada hay que rendirle un homenaje póstumo, definitivamente. Armó una cronología que, haciéndole ajustes, todavía sirve”.

Los homenajeados, rodeados de familiares, amigos y representantes del Parlamento Andino. Foto: Alexandra Casulo

El doctor Marcos se mantiene colaborando con el CEAA, aunque bromea diciendo que su rol es ser “el mito”. Después de todo, agrega, sigue siendo el único doctor. “Jóvenes están llegando, pero tienes que ver que yo me doctoré en 1978, son algunos añitos”, y esa es una de sus inquietudes. Argumenta que para hacer una carrera doctoral, un arqueólogo necesita una buena biblioteca, que no puede limitarse a ser digital, pues hay tomos antiguos, difíciles de conseguir, que no han sido digitalizados.

Sin embargo, tiene esperanzas. “Este año ingresaron (a la carrera) quince nuevos estudiantes. El año pasado fueron ocho y el año anterior, cuatro. Entonces la curva, que tanto les gusta a mis colegas economistas, evidencia que hay un interés que no entiendo, pero que está allí”.

La docencia le fascina, pero la gran pasión de su vida es la investigación. “Es muy sencillo. No puede haber nuevos datos si no investigas. De lo contrario, lo que estás haciendo es enseñándoles libros. Carlos Zevallos Menéndez, quien fue mi profesor, decía que para convertir a los estudiantes en arqueólogos, él los llevaba a excavar. Una vez que sacaban el primer hallazgo, quedaban enganchados”.

Asimismo, no cree en aislarse en la investigación, sino en enseñar y divulgar. “Es importante publicar, y no con camiseta (dando exclusividad a una editorial o institución). La investigación sí, con camiseta, con tu equipo”. Lo importante, opina, es que lo que se ha descubierto se conozca.

En su caso, publicó dos libros, uno sobre Los Cangrejitos y otro sobre Real Alto en colaboración con la Universidad Internacional del Ecuador. Tiene también publicaciones con Abya-Yala (de la Universidad Politécnica Salesiana), con la Espol y con la Corporación Editora Nacional. “La publicación es un deber y no un negocio”. (F)

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