Encallajes propios del cortoplacismo


EDITORIAL

Encallajes propios del cortoplacismo

Lo más triste de este cuento es que no es ficción, sino una amarga realidad en Guatemala.

Érase una vez un país de fabulosos tesoros naturales, paisajes inigualables, naturaleza exótica sobreviviente pese a la destrucción forestal planetaria; un territorio que atrae visitantes por tierra, aire y mar también. Lamentablemente, sus carreteras distan de estar en buen estado y su aeropuerto francamente da pena, porque lo han abandonado en manos de irresponsables negociantes; ni qué decir de los puertos para cruceros. Esos visitantes tienen poder adquisitivo y sin duda alguna sus compras podrían apoyar a artesanos, comerciantes y prestadores locales de servicios…, pero ni siquiera tienen oportunidad de llegar, porque faltan muelles, falta integración de las autoridades y falta tiempo para superar la indolencia de previas autoridades.

Lo más triste de este cuento es que no es ficción, sino una amarga realidad en Guatemala. El entusiasmo de empresarios y operadores turísticos, la excelencia de hoteleros y guías, la dedicación de restauranteros, comunidades e incluso los grandes sueños de convertir al país en un magneto mundial de visitantes se quedan entrampados en la miopía y la ambición desmedida que desperdicia recursos, prioriza obras clientelares o arguye excusas para no entrarle al tema de la infraestructura de entrada y estadía.

Un ejemplo de este descuido rayano en la negligencia es la falta de muelles para cruceros, lo cual obliga a acelerar las visitas de sus pasajeros, porque están en fila barcos comerciales, o a limitar las fechas de disponibilidad, con lo cual Guatemala queda fuera de ruta. Tal situación se puede representar como un encallaje turístico en una playa pedregosa. La pandemia fue un golpe al turismo de cruceros, que poco a poco ha recuperado el impulso. Sin embargo, su paso por el país sigue a menos de la mitad de los que llegaban en el 2019.

La demagogia y la farsa politiquera también han golpeado el desarrollo turístico. Todavía es posible recordar que tras la primera remodelación del aeropuerto La Aurora, en la campaña electoral del 2007, la esposa de cierto candidato ya fallecido vociferaba que esa era una obra para “ricos”, sin ponerse a pensar que por esa instalación también van y vienen trabajadores, empresarios y profesionales guatemaltecos, migrantes en anhelado retorno a sus pueblos, inversionistas en busca de generar oportunidades y también turistas que vienen a dejar sus recursos en el pago de bienes y servicios en zonas turísticas, con la correspondiente derrama económica.

La actual crisis por la cuasi estafa de gradas eléctricas y ascensores del aeropuerto, gestionados de manera chambona durante la administración de Francis Argueta en Aeronáutica Civil, son solo un ejemplo de cómo la negligencia y la incapacidad le pasan factura a todo un país. Curiosamente, la Contraloría General de Cuentas no puso atención a tal asunto en el gobierno pasado y ahora hasta plazo perentorio trazó, como queriendo lavarse las manos de lo que en su momento no hizo a tiempo. Adicionalmente, las portuarias Quetzal y Santo Tomás precisan de dragados para mantener la capacidad de recepción de buques de gran calado. Tales operaciones deben estar programadas periódicamente, no como un gasto, sino como una necesidad de Estado. No obstante, los pulsos ambiciosos para quedarse con esos contratos entorpecen la continuidad. Es necesario, con todo y la circunstancial premura, que las autoridades de turismo, puertos, aeropuertos y Gobierno Central sumen esfuerzos y estructuren planes de atención a la emergencia y una agenda de largo plazo. Ese país maravilloso que deja ir las oportunidades debe ser una ficción y no una amarga realidad.



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