Pobreza y mala suerte | La Nación


En medio de una defensa de la reducción de la inversión social en su gobierno, el presidente Rodrigo Chaves intercaló una frase intrigante y ambigua, cuya clarificación podría ayudar a comprender razones de mayor calado ideológico en las decisiones sobre el gasto.

Las ineficiencias de la política social, dijo, “le gustan a los que les gusta tenerlo a usted en muletas viniendo a pedir el pescadito diariamente. Esta ayuda es para sacar a la gente que tuvo un momento de mala suerte y pueden salir solos, o que tienen temas estructurales como discapacidades, etcétera, que nuestra sociedad es solidaria”.

Sobre las discapacidades y los etcéteras del mismo tipo podría haber acuerdo, pero la caracterización de la ayuda social como medio para sacar adelante a quienes tuvieron un momento de mala suerte y pueden salir solos del apuro es mucho más discutible. La contradicción es, sin lugar a dudas, producto de un comprensible desliz verbal. Si las personas en quien pensaba el mandatario pueden valerse por sí mismas, no necesitan la ayuda.

Por ahí debe comenzar el esfuerzo de interpretación. Seguramente quiso decir que el gasto es para apoyar la salida de apuros de quienes pueden valerse por sí mismos, pese al episodio de mala suerte. Ese planteamiento alejaría al mandatario de la idea de dirigir el gasto social a quienes no pueden valerse por sí mismos aunque no sufran discapacidad.

En esa categoría están atrapados quienes tuvieron la “mala suerte” —para emplear palabras del presidente— de nacer en hogares pobres y condenados a replicar la pobreza por mecanismos ajenos a su voluntad. Esos ciclos de reproducción de la pobreza están bien estudiados y las raras excepciones, como suele suceder, apenas confirman la regla.

La alusión al “pescadito diario” parece una referencia al proverbio chino sobre la relativa inutilidad de dar a un hombre un pescado en lugar de enseñarle a pescar. Pero ese adagio iría a contrapelo de la austera política social del mandatario. La educación está entre las áreas afectadas, comenzando por la eliminación de 110.000 becas destinadas a mantener en las aulas a jovencitos con mala suerte, todavía incapaces de valerse por sí mismos, a quienes nadie podrá enseñar a pescar.

Ojalá el mandatario ahonde en su conceptualización de la política social para entender si la distancia con las ideas imperantes es tanta como parece. En ese caso, sus planteamientos darían pie a un interesante debate, no sobre el desperdicio y la ineficiencia, sino sobre el propósito mismo del gasto social.

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Armando González es editor general del Grupo Nación y director de La Nación.

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